RAFAEL CORVINOS BARRACA. El 6 d’octubre de 1934 a Manresa.

Records manresans de Rafael Corvinos: el 6 d’Octubre.

 

Aquest escrit de Rafael Corvinos Barraca, que va ser president del Comitè Revolucionari Antifeixista de Manresa i tinent d’alcalde durant la Guerra Civil, constitueix una magnífica font primària sobre els Fets del 6 d’Octubre de 1934 a Manresa i algunes de les seves conseqüències. Així, ens explica com els voluntaris manresans i bagencs anaren armats a Sabadell amb la intenció d’aplegar forces per anar a lluitar a Barcelona i com, després d’un encès debat on anomena llurs protagonistes i arguments, es decidí abandonar aquesta idea. I ens explica com, durant la tornada a Manresa, amagaren les armes en un bosc proper a Castellbell i el Vilar pel temor de no ser aturats en algun control militar o de la guàrdia civil, atès l’Estat de Guerra que el govern de Madrid havia decretat.

També ens precisa la seva posterior detenció, a càrrec dels militars de la caserna del Carme, juntament amb la d’altres significats dirigents catalanistes i sindicals de Manresa i comarca. A la presó, coincidiran amb l’alcalde Francesc Marcet i regidors de l’ajuntament que ja havien estat arrestats des d’un primer moment.

Rafael Corvinos aprofita l’escrit per fer un precís retrat de la personalitat d’Emeterio Saz Alvarez, tinent coronel responsable de la caserna del Carme. Afirma, entre altres detalls significatius, que si el 18 de juliol de 1936 arriba a estar a la caserna del Carme, “no queda con cabeza ningún antifascista significado. De fet, Saz era un dels conspiradors del cop d’estat militar contra la República i estava previst que si el cop triomfava, seria nomenat governador civil de Barcelona. Va ser detingut i afusellat.

Rafael Corvinos també elogia la talla professional i humana de l’empresari Joan Jorba i Rius, del qual n’era empleat. No solament no va prendre cap represàlia laboral contra assalariats seus implicats en els Fets sinó que, a més, feu generoses aportacions econòmiques a favor de les persones empresonades per aquest motiu i llurs famílies.

Finalment, Corvinos ens explica totes les vicissituds que passà, un cop recuperada la seva llibertat, per amagar a Manresa les armes que ell i els seus companys havien abandonat al bosc la nit dels Fets. Aquest detall és important perquè aquestes serien les armes utilitzades en principi per les forces d’esquerres i revolucionàries en els primers moments del cop d’estat de juliol de 1936.

 

El Sis d’Octubre de 1934 a Manresa,

explicat per Rafael Corvinos Barraca

 

Comienzo estos escritos con algunos hechos del 6 de octubre.

Estos escritos que deben tener principalmente tres aspectos principales que pudieran ser las Casas Jorba, la Asociación de Dependientes del Comercio e Industria de Manresa y Comarca y mi intervención en la revolución, que comenzó el 19 de julio hasta su final, en los difíciles puestos de responsabilidad que me tocó actuar y que, entre otros varios de menores, se encuentran la presidencia del Consejo de Administración de la casa Industrias y Almacenes Jorba S.A., la de presidente del Sindicato de Dependientes, Empleados y Técnicos ADCT, la de presidente del Comité Revolucionario y la de primer teniente alcalde de la ciudad.

los hechos del 6 de octubre están ligados con los del 19 de julio

en varios aspectos importantes

He creído oportuno el comenzar con algunos aspectos del 6 de octubre porque, como se podrán dar perfectamente cuenta, los hechos del 6 de octubre están ligados con los del 19 de julio en varios aspectos importantes, entre otros la posición del batallón de Manresa en esas dos fechas de donde salieron las primeras armas el día 19 de julio, y también en las grandes responsabilidades que [tuvieron] muchos perjudicados del 6 de octubre al estallar el movimiento. También lo hago para que se sepa la actuación heroica del Ayuntamiento, partidos políticos, sindicatos y muchos ciudadanos de Manresa al coger las armas para ir a Barcelona para defender al Gobierno de la Generalidad de Catalunya. Supongo que algo habrá escrito de todo esto en los archivos históricos de la ciudad. Sirva esto, pues, para constatar algo de lo que hubiere escrito y posible enriquecimiento de los mismos.

El 6 de octubre de 1934 el Gobierno de la Generalidad de Cataluña se rebeló contra el Gobierno de Madrid que, totalmente influenciado por los ministros ultraderechistas de la Confederación Española de Derechas Autónomas, CEDA, con su jefe máximo a la cabeza como ministro de la Guerra, José María Gil Robles, y el general Mola como director general de Orden Público, ambos enemigos declarados de la República y más aún de las autonomías regionales [a] las que cada día amenazaban restringiendo sus libertades y haciendo caso omiso de la ya mermada independencia que el pueblo de Cataluña tras una lucha titánica habían conseguido del primer Gobierno de la República.

Nuestro municipio pidió la colaboración

de todos los manresanos

para cooperar en la lucha que se iba a producir

y les convocó para que hicieran acto de presencia

en el ayuntamiento.

El Ayuntamiento de Manresa, atendiendo a las llamadas del Gobierno de la Generalidad que pedía insistentemente la movilización de los catalanes para derrocar al Gobierno de Madrid filofascista, acordó solidarizarse con las autoridades regionales. Nuestro municipio pidió la colaboración de todos los manresanos para cooperar en la lucha que se iba a producir y les convocó para que hicieran acto de presencia en el ayuntamiento.

Muchos fuimos los manresanos que, dispuestos a todo, acudimos a la cita y a ponernos a la disposición de nuestras primeras autoridades, entre éstas casi la totalidad de dirigentes de partidos y sindicatos. Estos se encontraban todos en el primer piso del ayuntamiento en contacto continuo con la permanente del Ayuntamiento transformado en una especie de estado mayor del cual debía emanar órdenes y situaciones de acuerdo con la marcha general de los acontecimientos y tomar la decisión más objetiva. Nada se podía decidir sin antes saber la posición que tomaran las autoridades militares del batallón, por esto el Ayuntamiento acordó ponerse en contacto con su jefe, el ultra reaccionario teniente coronel don Emeterio Saz Álvarez. La respuesta fue tajante: “Yo en este asunto nada tengo que hablar con las autoridades civiles de esta ciudad”, y continuó bruscamente diciendo que él no aceptaba más que las órdenes de sus superiores de Capitanía General.

Ante esta posición, que si no hubiera sido hecha con malos modales podía ser justa, cundió un pesimismo en todos nosotros; no obstante, nadie se movió del ayuntamiento y continuamos escuchando varias emisoras de radio que daban continuamente la situación creada en toda España, y particularmente la de Cataluña, que principalmente era la que nos importaba. Una de estas emisoras que aún era optimista convocaba en Sabadell una concentración de patriotas catalanes armados para ir en auxilio del Gobierno de la Generalidad, asegurando que las condiciones eran favorables y que hiciéramos caso omiso de lo que decían otras emisoras que abogaban por la rendición incondicional, pues la verdad era muy diferente. Esto nos creaba algún optimismo y, más que esto, nos servía para engañarnos a nosotros mismos con cábalas con la sana intención de animarnos mutuamente.

éste le había comunicado que si no abandonábamos

el ayuntamiento en un tiempo determinado

(no recuerdo ese tiempo) ordenaría el asalto al mismo

con todas las fuerzas a sus órdenes

En esta situación, nos anuncian que iba a hablarnos el alcalde Marcet para comunicarnos sus gestiones y la situación real creada en Manresa en aquellos momentos. Su disertación fue corta y no por eso menos dolorosa. Concretando, nos dijo que, en su último contacto con el jefe del batallón, éste le había comunicado que si no abandonábamos el ayuntamiento en un tiempo determinado (no recuerdo ese tiempo) ordenaría el asalto al mismo con todas las fuerzas a sus órdenes. No teníamos más que dos soluciones: o abandonar los locales, o con las armas que se [Illegible] (que eran muchas) los que voluntariamente quisieran marchar a la concentración de Sabadell. También nos comunicó que la mayoría del Ayuntamiento, incluido él mismo, no desertaría de los locales y esperarían la llegada de las tropas pasara lo que pasara. La ida a Sabadell tuvo una gran aceptación y se acordó que toda persona armada que no quisiera o no pudiera ir entregara las armas a los voluntarios que fueran. Creo que todos, incluidos los concejales, entregaron las armas. A mí me entregaron un fusil que había pertenecido a Pujades de los seguros. Nos concentramos en los patios del ayuntamiento y se nombró un responsable que, no sé por qué motivo, quizás porque la mayoría eran miembros de mi partido, recayó en mi persona. Enseguida llegó un gran camión, subimos y, con gran alegría y cantos estalinistas, y sin parar para nada, llegamos a Sabadell sin novedad.

estábamos todos mirando por los cristales de los salones

como emplazaban unas ametralladoras apuntando al ayuntamiento

al otro lado de la Plaza, o sea, en la calle Sobrerroca,

y por lo que está claro que de un momento a otro

van a venir a por nosotros

La concentración estaba formada en el ayuntamiento, donde no pudimos llegar con el camión debido al gran gentío que había en todas las calles adyacentes a la Casa Consistorial; bajamos del camión, dije a los compañeros que no se movieran de por allí y nos desplazamos Nònit Puig, éste presidente de la Unió de Rabassaires, y yo para ponernos en contacto con los dirigentes de la concentración. Ya dentro del ayuntamiento, lo primero que hice fue telefonear a Manresa para comunicar al alcalde Marcet que habíamos llegado sin novedad, y también mis primeras impresiones en cuanto al número de los que allí estaban reunidos. Después de explicarle esto, rápidamente le pregunté lo que más me interesaba: “¿Qué hay por Manresa, Marcet?”. “Pues, mira, si hubieras telefoneado nada más unos minutos más tarde te hubiera contestado el jefe militar de las fuerzas al que nos vamos a entregar seguramente cuando cuelgue el teléfono; precisamente cuando hemos sentido sonar el teléfono estábamos todos mirando por los cristales de los salones como emplazaban unas ametralladoras apuntando al ayuntamiento al otro lado de la Plaza, o sea, en la calle Sobrerroca, y por lo que está claro que de un momento a otro van a venir a por nosotros”. Me dijo que al salir nosotros de Manresa había telefoneado al Ayuntamiento de Sabadell anunciándoles nuestra llegada, y nos despedimos muy tristes y muy emocionados, deseándonos mutuamente mucha suerte para todos.

Hizo una crítica muy dura contra las autoridades manresanas,

partidos políticos y sobre todo contra los sindicatos

por no haber declarado inmediatamente

la huelga general revolucionaria, etc., etc.

Seguidamente, fui en busca de los organizadores de la concentración y me indicaros que el principal de ellos era Josep Moix. Yo me alegré e incluso me creó un optimismo, pues éste está considerado dentro de los ocho o diez primerísimos dirigentes del movimiento sindical de Cataluña y tenía deseos de conocerlo personalmente. Ya reunidos con él y cinco o seis compañeros suyos en una secretaría del propio ayuntamiento, les comuniqué el número de voluntarios armados que habíamos llegado de Manresa y al intentar explicar lo que pasó y estaba pasando en Manresa, comenzó a mover la cabeza hacia los lados en señal de desaprobación, lo que hizo que terminara pronto mi exposición para que hablara él para saber yo lo que significaba y los motivos de este síntoma de desaprobación. Comenzó diciéndome que conocía todo lo sucedido en esa ciudad, porqué le habían visitado varios dirigentes sindicales afines a su ideología hacía unas horas y que últimamente había tenido una conversación telefónica con el alcalde Marcet que, después de comunicarle la próxima llegada nuestra, le asesoró de las últimas novedades. Hizo una crítica muy dura contra las autoridades manresanas, partidos políticos y sobre todo contra los sindicatos por no haber declarado inmediatamente la huelga general revolucionaria, etc., etc.

Le dije que en Manresa se daban unas condiciones muy diferentes a las de Sabadell y de la mayoría de las grandes ciudades de Cataluña, pues en nuestra ciudad había un batallón con cerca de mil fusiles y cien ametralladoras, cuyos jefes son probados reaccionarios y anticatalanistas, y que de declararse la huelga general revolucionaria era muy probable que hubiera salido a la calle dispuesto a una fuerte represión; y que, por otra parte, la CNT, que cuenta con las tres cuartas partes de los obreros afiliados, no había hecho acto de presencia en el ayuntamiento solicitada por nuestras autoridades, y que hechas las gestiones pertinentes acerca de la ejecutiva de esta organización contestaron que de momento no estaban dispuestos a movilizar ni a uno de sus afiliados.

continuó enérgicamente con saña

criticando la actitud de los manresanos,

habló de mentalidad pequeñoburguesa de los dirigentes sindicales

y queriendo confundir expresamente

la prudencia con la cobardía

Josep Moix Regàs, el que después fuera alcalde de Sabadell, director general de Trabajo de la Generalidad y ministro de trabajo de la República y secretario general del Partido Socialista Unificado de Cataluña, no se conformó con mis alegatos y continuó enérgicamente con saña criticando la actitud de los manresanos, habló de mentalidad pequeñoburguesa de los dirigentes sindicales y queriendo confundir expresamente la prudencia con la cobardía. Esto me indignó y sin pensármelo un momento le dije que yo creía que Moix era otra cosa, pues por lo que estaba observando notaba que carecía algo de sentido de la responsabilidad y que en su forma de entender la revolución había mucho de infantilismo, puesto que para proclamar la revolución es imprescindible que se den unas condiciones mínimas objetivas, las que en Manresa no se daban; y le pregunté que me dijera la revolución que ellos habían hecho en Sabadell, pues no había observado más que un enorme gentío entusiasta concentrado por vuestras llamadas por radio y que aunque esto era muy meritorio, no era lo suficiente como para criticar duramente a otras ciudades. “Nosotros –contestó– hemos conseguido la huelga general revolucionaria, nos hemos incautado del Ayuntamiento, de la radio, de la telefónica y telégrafos y controlamos las ocho estaciones de ferrocarriles, lo que quiere decir tener la ciudad en nuestras manos; si así lo hubieran hecho todas las grandes ciudades de Cataluña comprenderás que la situación fuera muy diferente para asegurar el triunfo de la sublevación”. Quedamos en que estuviera en contacto con ellos, todos del Comité Revolucionario, y me presentó a los que allí había, que eran sindicalistas muy nombrados en aquellas fechas por toda Catalunya como Mira, Boix, Bertrán, Solé, etc.

Sabido lo antes expuesto y en honor a la verdad, hay que reconocer méritos muy importantes para estos dirigentes; todavía se dejó alguno que yo había observado antes de entrar en el ayuntamiento. Estaba organizada la intendencia que abastecía a todos los milicianos que deseaban comer y que tanto en las plazas como en las calles anchas se estaba organizando las unidades militares en compañías y batallones con sus correspondientes mandos.

Me fui al camión para comunicar a mis camaradas todas mis gestiones en Sabadell y también mi conversación telefónica con el alcalde Marcet; expuesto esto, les comuniqué que había intendencia, y, con excepción de dos que se quedaron para guardar el camión, nos fuimos todos a comer algo y nos paramos en un restaurante cerca del ayuntamiento que asaba cordero en grandes cantidades.

La sala de actos del ayuntamiento, los pasillos y otros salones se encontraban repletos de dirigentes y responsables de las diferentes unidades llegadas del resto de la provincia; era una gran asamblea presidida por unas quince personas, de las que conocí dos íntimos amigos míos: Vilar de Sabadell y Oliva de Terrassa, ambos presidentes de los Centros de Dependientes de esas ciudades. Nos iban comunicando las noticias del desarrollo en Cataluña de la sublevación, especialmente la de Barcelona, y se concedía palabras para el que quisiera opinar o dar iniciativas para el mejor enfoque de la misión en la que nos habíamos comprometido. De pronto, cerca de mi vi un confederal de San Vicente de Castellet muy conocido en Manresa y amigo mío: se trataba del célebre Guiñó. Me puse al habla con él y al poco rato me tocan por la espalda, me di media vuelta y recibí una sorpresa y alegría mayúscula al ver que se trataba de cuatro manresanos, precisamente los inteligentes y prestigiosos sindicalistas manresanos, pues eran nada menos que Ferrándiz1, Anselmo2, Isidret Casajuana y Nardi3. Con estos a mi lado me sentí tan reforzado en mi responsabilidad que por primera vez respiré a fondo, me vi como salvado, pues yo no veía nada claro las cosas dentro de aquel maremagno de opiniones muy diferentes por las que uno no podía hacerse con unas conclusiones totalmente convincentes para tomar una decisión definitiva, y mi responsabilidad era mucha. Lo primero que me extrañó fue que de éstos cuatro manresanos por lo menos dos, Ferrándiz y Anselmo, no estuvieran juntos con Moix, ya que su categoría en el movimiento sindical de Cataluña era la misma que éste y además los tres defendían las mismas tesis de oposición a la Federación Anarquista Ibérica y también eran primeras figuras del Partido Sindicalista fundado por Ángel Pestaña.

Todos opinaron convergiendo en la misma opinión:

la causa que se pretendía defender estaba perdida

Ante la problemática situación que se vivía en aquellos momentos mis primeras palabras a estos manresanos no podían ser otras que las de pedirles sus opiniones sobre la marcha de los acontecimientos advirtiéndoles que desde aquel momento les hacía responsables de lo bueno o malo que podía pasarnos a todos los manresanos presentes en Sabadell. Todos opinaron convergiendo en la misma opinión: la causa que se pretendía defender estaba perdida; seguidamente me explicaron la casi violenta discusión que Ferrándiz, Anselmo y Nardi tuvieron con Moix y sus más próximos colaboradores, pues las apreciaciones entre ellos y los otros eran diametralmente opuestas ya que ellos consideraban que pasara lo que pasara se tenía que ir en apoyo de la Generalidad y nosotros consideramos que eso fuera tanto como llevar a un genocidio a todos los que allí fueran. Yo lo comprendí perfectamente y continuamos hablando de lo mismo en espera que se pronunciaran muchos de los responsables que llenábamos el gran salón de sesiones del ayuntamiento. Conforme íbamos sintiendo noticias por radio nos dábamos cuenta que nuestro movimiento en Cataluña no se había extendido por esta región y el pesimismo iba aumentando con mucha rapidez, y llegó la hora de que se debía tomar una decisión. Se nos comunicó la posición del Comité que dirigía todo aquello, que resultó favorable a la marcha sobre Barcelona. Lo argumentaron sobre varios ángulos y dijeron estar seguros de nuestro éxito, etc. etc., concluyendo diciendo que iban a dar la palabra a los que quisieran, advirtiéndonos que debíamos opinar todos y adoptar una posición clara, sobre todo los responsables de los voluntarios que desde diferentes pueblos y ciudades estaban allí. Una inmensa mayoría fue contraria a las tesis del Comité.

Por nuestra parte, habló el menos comprometido, Isidret Casajuana, que magníficamente argumentado aconsejó no marchar a Barcelona, puesto que los militares estaban todos a favor del Gobierno derechista de la República y nuestra causa estaba perdida, y que lo único que podíamos conseguir fuera algún centenar de muertos y heridos. Visto el rechazo de la asamblea de la opinión del Comité, Moix nos habló en nombre de éste y nos trató de cobardes y traidores invitando a los allí reunidos a seguirlo. Y pasando por medio de nosotros junto con los otros miembros del Comité se dirigen a la calle y desde la misma puerta del ayuntamiento se dirige a la muchedumbre con propósitos de convencerla de ir a luchar a Barcelona.

Abandonamos el ayuntamiento, tuvimos que pedir por favor a los miembros del Comité que nos dejaran salir porque estaban todos apiñados ante la puerta con Moix; pasamos rozando a éste y como íbamos andando muy despacio, por impedirlo el gentío, escuchamos algunas frases de la alocución de Moix que decía que las noticias de la radio eran falsas, que eran de los enemigos de Cataluña que se habían hecho con alguna emisora.

No os enfrentéis con ellos, es preferible entregar las armas

y rendiros, pues tu responsabilidad es muy grande

y has de hacer los posibles de que lleguéis a Manresa

sanos y salvos”

Una vez alejados de aquel hormiguero de personas, comentamos todo lo sucedido y les invité a que me acompañaran al camión para saludar al resto de los manresanos y les hablaran de la determinación que habíamos tomado de volver a Manresa. Me dijeron que no era prudente aceptar mi invitación y que sobre todo no dijera a éstos ni en Manresa que los había visto, y añadieron que tuviera mucho cuidado en [la] ruta hacia Manresa, pues fuera muy fácil que encontrara controles de la guardia civil: “No os enfrentéis con ellos, es preferible entregar las armas y rendiros, pues tu responsabilidad es muy grande y has de hacer los posibles de que lleguéis a Manresa sanos y salvos”. Y nos despedimos con las mismas palabras que lo hice con el alcalde Marcet: salud y suerte.

Muy poco o nada me costó el convencer al resto de los compañeros de la necesidad de volver a Manresa. Les dije que había fracasado el movimiento insurreccional y que de acuerdo como están las cosas entendía que nuestro deber era ponernos pronto en camino hacia nuestra ciudad antes que no fuera tarde para llegar debido a los controles que se estaban poniendo por la Guardia Civil por las carreteras. Todos estuvieron de acuerdo y a las dos de la noche cogimos la carretera que creímos que podía estar menos vigilada, que fue la que sale a Castellbell i el Vilar. Nada más salir de Sabadell y conforme íbamos avanzando no pensaba en nada más que en las muy acertadas recomendaciones sobre mi responsabilidad hechas por Ferrándiz y Anselmo al despedirnos en Sabadell. La muy probable posibilidad de encontrar controles de fuerzas públicas me producía auténtico miedo, especialmente por las armas en nuestro poder: pensaba que debíamos abandonarlas en algún sitio.

nadie ignoraba la diferencia que había

a cogernos con armas o sin ellas

Al llegar a unos cinco o seis kilómetros antes de Castellbell i el Vilar vi que la estrecha carretera la cubría por ambas partes un tupido bosque de pinos y creí que era la ocasión de poner en práctica mi pensamiento. Paré el camión y lo propuse, no sin antes explicar los motivos, y todos estuvieron de acuerdo. Advertí que se escondieran todo lo posible entre los arbustos. Hecha la operación, quedé, o, mejor dicho, quedamos todos muy tranquilos, pues nadie ignoraba la diferencia que había a cogernos con armas o sin ellas. Continuamos la marcha y llegamos cerca de la entrada de Manresa sin novedad, paramos en la harinera Santos y Yellestich4 y para entrar en la ciudad nos dividimos en tres grupos con el fin de no ofrecer sospecha alguna. Uno de éstos (los más jóvenes) subió por Santa Caterina para entrar por el puente de piedra; otro, por el puente viejo y el tercero, por el puente de la estación. La operación salió bien y todos llegamos a nuestras casas.

Cuando llegué a la pensión desperté a dos compañeros de trabajo para que me explicaran los sucesos importantes que habían pasado por Manresa durante mi ausencia. Me dijeron que estaban haciendo muchas detenciones, entre ellas todo el Ayuntamiento. Al día siguiente fui a trabajar y al poco tiempo me anuncian que las fuerzas públicas estaban incautándose del centro de Dependientes del cual era directivo.

¿Quién de ustedes es Corvinos?”.

Me levanté y dije: “Un servidor”.

Y dice: “Queda usted detenido”.

A la noche, estando cenando en la pensión, llaman a la puerta y entra la dueña en el comedor con la cara blanca y temblando los brazos, y al dirigirse a mí, y sin que acabara de nombrar mi apellido, irrumpe en el comedor un teniente de infantería con un sargento y varios soldados y dice: “¿Quién de ustedes es Corvinos?”. Me levanté y dije: “Un servidor”. Y dice: “Queda usted detenido”. Y seguidamente ordena al sargento que con ayuda de cinco o seis soldados hiciera un registro en todo el piso. Entonces yo me dirigí al teniente y le dije: “Señor oficial, si usted me lo permite, mientras hacen el registro acabaré de cenar”. Me mira con muy mala cara y creí que iba a reñirme, pero me dijo: “Bueno, continúe cenando ya que usted tardará mucho tiempo en poderlo hacer en este comedor”. Tuve tiempo de acabar de cenar. El espectáculo que se notaba en el comedor era tal que me costó esfuerzos no echarme a reír a carcajadas, puesto que todos los demás compañeros de pensión, tristes y asombrados, mirando con disimulo al oficial y a mí, hacían mover algo la cuchara o tenedor queriendo hacer ver que comían algo, pero la verdad era que allí no comía ni cristo, el único que lo hacía a dos carrillos era el que iba a ingresar a la cárcel, o sea, yo.

Esta escena nunca la hubiera escrito si no fuera que viven casi todos los que estaban comiendo conmigo y que con alguno de ellos hace pocas semanas la hemos comentado irónicamente. Citaré tres de ellos muy conocidos por Manresa, que son el abogado Josep Junyent Massana, Lluís Mallol y Antoni Llinàs Arnalot; estos dos últimos eran dependientes de la “ex!!!” Casa Jorba.

el oficial llevaba en las manos una lista

con las direcciones de los que debía detener,

y cuando ordenaba pararnos

ya sabíamos que se trataba de alguna detención.

Acabado el registro, el sargento dijo al oficial que no había encontrado nada sospechoso y el oficial me dice: “Siga usted conmigo”. Bajamos a la calle y encontré dos hileras de soldados, y entre ellas unos diez o quince detenidos; continuamos la marcha por las calles de la ciudad; el oficial llevaba en las manos una lista con las direcciones de los que debía detener, y cuando ordenaba pararnos ya sabíamos que se trataba de alguna detención. Nosotros esperábamos con mucha curiosidad quién iba a ser la nueva víctima. Yo me llevé tres grandes sorpresas, que fueron las detenciones de Josep Armengol, Lluís Vilarasau, y Rovira los tres, compañeros de Casa Jorba. Lo curioso de las detenciones era que raramente bajara el oficial sin detener alguno, y esto era porque si no encontraba en el piso al que llevaba en la lista, a él le era igual, contando que hubiera un varón era suficiente para llevárselo.

Terminada la lista nos condujeron al cuartel de infantería y nos encerraron en una sala donde ya había unos treinta detenidos, pues eran varios los oficiales que hacían lo mismo que el nuestro. Entre los detenidos no se notaba ningún temor; casi la totalidad no sabían por qué los habían arrestado; yo me lo figuraba, pero después comprobé que no fue por lo que yo pensaba. Durante nuestra estancia en el cuarto ocurrieron varias anécdotas; explicaré la más curiosa y doliente. Entra un capitán en la sala acompañado de dos sargentos y nos dice: “Sé que aquí hay uno que pertenece a los Treinta; que salga inmediatamente”. Hubo un murmullo entre nosotros, sale uno y le dijeron: “Venga con nosotros”. A la hora aproximadamente vuelve llorando con varios hematomas en la cara; le preguntamos por qué le habían maltratado y nos explica lo siguiente: “Han comenzado diciéndome que les dijera quienes eran los otros veintinueve, yo les he dicho que no sabía a qué se referían y el capitán ha ordenado a los sargentos que me pegaran hasta que lo dijera. Me han dado una primera paliza y me han amenazado que si no daba por lo menos varios apellidos de los treinta podía ser fusilado. Yo les dije que a mí me habían afiliado en la fábrica Pirelli y que solo conocía al que le cogió su nombre y apellidos y que se le conocía por el Pascual. No conformes, me pegaron otra vez, y cuando se han cansado de preguntas, amenazas y de pegarme me han traído aquí”.

Los que sepan lo que era los Treinta se darán cuenta enseguida del despiste total de las autoridades militares sobre esta organización político-sindical, y para los que no lo sepan, diré que los Treinta fueron unos altos dirigentes de la CNT que se separaron de esta organización. Para justificar su decisión hicieron un manifiesto firmado por treinta sindicalistas que estaba encabezado por Ángel Pestaña y Joan Peiró de Mataró, y que al desarrollarse partido y sindicato los trentistas eran varias decenas de miles de ciudadanos que obedecían las tesis del Partido Sindicalista y de la CNT oposición. En todos los grandes sindicatos hay miles de personas que ni saben ni quieren saber por lo que se fundaron éstos, lo único que les interesa es saber que les defienden sus intereses. Por esto las autoridades militares antes de magullarlo a palizas debían haberse enterado por el que les dijo o denunció a esta organización como revolucionaria de lo que se trataba o quienes eran, pero no lo hicieron porque éstos creen de toda la vida que lo mejor para enterarse de lo que desean es el palo. Este hecho nos preocupó mucho a todos porque a parte de lo sucedido pensábamos que por otros tipos de motivos también podíamos ser torturados los demás.

Al día siguiente entra un sargento en la sala y dice: “Atención, los que yo nombre que pasen a mi derecha”. Entre los citados estaban los tres compañeros de trabajo míos y yo; en principio nosotros cuatro pensamos que nos iban a poner en libertad, pero fue todo lo contrario, porque era para llevarnos a la cárcel.

La cárcel de Manresa, que estaba en la bajada de la Seu,

no era otra cosa que un auténtico pozo infectado

La cárcel de Manresa, que estaba en la bajada de la Seu, no era otra cosa que un auténtico pozo infectado donde difícilmente tocaba el sol; en el fondo, como media hora diaria, en las salas superiores no tocaba nunca. Los que estaban en éstas no podían salir al diminuto patio porque con los que estábamos en los bajos lo llenábamos. Estas salas no tenían otra ventilación que unas ventanas enrejadas que daban al interior del pozo.

Nosotros fuimos a parar en los bajos en una celda para cuatro o cinco que estaba ocupada por unos diez chorizos cargados de miseria y que al ingresar parte de nuestra expedición sumamos unos treinta. Como cama, unas tablas, y colchones de paja sucios e infectados. Para hacer nuestras necesidades, por la noche ponían una especie de pequeña tinaja que, al no haber otra ventilación más que un ventanico de un escaso palmo cuadrado, a eso de la medianoche ya hacía un olor de letrina, por lo que especialmente los primeros días era imposible poder dormir. Y por si esto fuera poco, los parásitos hacían de las suyas en nuestros cuerpos creándonos una situación inaguantable.

a la hora de ir a dormir nos negamos a entrar en la celda

y dijimos que a pesar del frío preferíamos dormir en el patio

Pasamos tan mala noche que los políticos que la ocupábamos nos reunimos para buscar remedio a nuestra mala situación y acordamos pedir audiencia al señor director con el fin de que nos sacasen los chorizos de la celda y que la desinfectaran. Esta misión me la encargaron a mí, y fui recibido por el señor director, don Manuel Azuara. Este señor me dijo que lo que le pedía era imposible porque la cárcel estaba tan repleta de presos que no disponía ni de un palmo cuadrado para trasladar a los delincuentes comunes; y sobre la limpieza y la desinfección, en la cárcel la hacían los propios presos, y concluyó diciendo que esto último dependía de nosotros mismos. Por la noche, a la hora de ir a dormir nos negamos a entrar en la celda y dijimos que a pesar del frío preferíamos dormir en el patio, lo que el guardia no consintió y degeneró en una discusión muy violenta en la que tuvo que intervenir el director. Al otro día por la mañana, nada más salir al patio, me llamó el guardián y dice: “Venga conmigo”. Me lleva a la peluquería y hace que me corten el pelo al cero.

En la sala de arriba se enteraron de que me habían castigado cortándome el pelo, pero no sabían por qué, y me llamaron por las ventanas enrejadas, que desde abajo resultaba difícil verlos, para que se lo dijera. Fue el señor Soler Terol5 quien me lo preguntó, y gritando todo lo que pude se lo expliqué. Seguidamente se puso en su puesto el alcalde Marcet, que ya sabía que habíamos vuelto todos de Sabadell sin novedad, y me pareció que estaba muy tranquilo porque sonreía continuamente.

al verme viene corriendo y me abraza;

entonces me di cuenta que era el muy célebre y barbudo

presidente comarcal de los rabasaires Nònit Puig

En el patio había una reja por la que podía verse la entrada de los detenidos de la cárcel, y el segundo día de mi estancia vi la entrada de uno que me pareció conocerlo. Al poco rato, lo sacaron con nosotros, y al verme viene corriendo y me abraza; entonces me di cuenta que era el muy célebre y barbudo presidente comarcal de los rabasaires Nònit Puig, que hacía unas cuarenta y ocho horas nos habíamos despedido en la harinera de Santos y Yelestich al volver de Sabadell. Era difícil conocerlo porque se había cortado su larga y espesa barba y cortado el pelo muy corto con el fin de despistar a la gente que temía que le denunciara. Rápidamente me preguntó si se había descubierto nuestra marcha a Sabadell, le dije que creía que no, y le pregunté como era posible que lo hubieran conocido para detenerle. Me explicó que cuando iba a Sant Fruitós en un autobús para esconderse en casa de un amigo suyo rabasaire subió al coche un terrateniente muy enemigo suyo y llamó a un municipal para que bajo su responsabilidad le detuviera. Le llevaron a jefatura de policía y de allí casi directamente aquí.

El ambiente que había en la cárcel era inmejorable. Ninguno pensaba en lo que pudiera pasarnos y pasábamos los días leyendo libros y comentando la represión militar, de la que estábamos bien enterados, incluso lo de los héroes asturianos. Nuestra conformidad y moral aumentaba cuando comentábamos que el Gobierno de la Generalidad estaba en la cárcel como nosotros, y por si esto fuera poco el hecho de compartir la suerte y la cárcel con nuestro propio Ayuntamiento considerábamos que el estar allí era un gran honor, y por esto era también lo mejor que nos podía pasar.

Un día leyeron una lista de libertades en la que estábamos incluidos los cuatro dependientes de la Casa Jorba. Ya en la calle comentamos con cierta intranquilidad la posible actitud que don Joan Jorba tomaría con nosotros, y fuimos a hacernos una fotografía de conjunto como recordatorio en casa Vilaplana, sita en el Borne, que en aquella época pertenecía a Casa Jorba (yo la conservo, y con el pelo al cero y albornoz parezco un moro), y desde allí yo fui el primero que me decidí a ir a trabajar, a ver qué pasaba, pues yo era el más optimista porque ya había estado detenido otra vez por asuntos sociales y no pasó nada. Me situé en los escaparates de la casa haciendo ver que observaba los géneros en ellos expuestos, pero la verdad era que esperaba que saliera algún empleado para saber algo de qué pensaba don Joan sobre nosotros. No vi ninguno, pero sí que vi al propio don Joan, que salió por la puerta principal y que tras pasar tras de los escaparates se dirigió directamente a mí y me dice: “¿Qué haces aquí, es que no has hecho bastante el gandul que te estás aquí parado?”. Me cogió por el brazo, me introdujo en el comercio y allí estaba sentada su esposa y su hermano Josep, que noté que se alegraban, y ante ellos me dijo: “Mira, aunque te has cortado el pelo al cero tú has crecido en la cárcel”. Yo hice un gesto con la espalda y una sonrisa, y dijo: “Sí, hombre, sí, estás más alto por la porquería que llevas en los pies”. Todos nos pusimos a reír y continuó diciéndome: “Sube corriendo a tu sección, que está llena de clientes”.

Haciendo un pequeño comentario a ese proceder de don Joan se puede pensar dos cosas: la primera que alguno advirtió a éste que yo estaba en los escaparates, o que sabía que habíamos salido de la cárcel y nos esperaba; pero lo muy importante es su extrema amabilidad porque más adelante sabrán por qué.

Ya en la cárcel sabíamos que funcionaba en Manresa un Comité Pro Presos, por esto yo hice los posibles para localizarlo o por lo menos encontrar alguno de los que recogían dinero para cotizar. Esto me fue muy fácil porque el encargado de mi sección, Marià Morelló, me hizo muchas preguntas sobre la situación de los presos y al terminar le dije mi intención de cotizar y me dijo que no hiciera nada, pues él ya mes avisaría. Comprendí que éste lo sabía muy bien, pues era un notable dirigente de Esquerra Republicana. Al día siguiente me dijo que la cotización podía entregársela a él y que al mismo tiempo me iba a encargar un trabajo delicado que hacía él y así él podía cuidarse mejor de otros asuntos relacionados con lo mismo. Este encargo fue el que me [illegible] yo de recoger la aportación de cuatro personas que, con excepción de una, eran los que más pagaban. Éstos fueron Ribas, granero de la carretera de Vic; Galtanegra, de los autobuses; Davant, dueño de los edificios de la Casa Jorba, y uno que tenía una serradora que se llamaba algo así como Obil o Orriols. Estos cuatro solos cotizaban más que todos los demás juntos.

Dentro de las bolsas con la ropa limpia

muchas familias ponían para sus hijos o esposos comida

Más tarde, un miembro del Comité tuvo que cesar por tenerse de encargar de otro trabajo muy importante para hacer más efectiva la ayuda de los presos. Éste fue Costa6, de Esquerra Republicana, de la calle de las Picas, en la que tenía un taller mecánico junto al Ateneu, del cual fue muchos años directivo, excelente persona. Para cubrir su puesto me nombraron a mí. El trabajo del que se hizo cargo el señor Costa era muy meritorio y peligroso; se trataba de ir a Barcelona cada semana con un camión a recoger la ropa sucia de los presos manresanos y llevarles la limpia. Dentro de las bolsas con la ropa limpia muchas familias ponían para sus hijos o esposos comida, y eso nos permitía, sin que la represión se diera cuenta, doblar o triplicar la comida que ponían los familiares, con lo que se cubrió largamente todas las necesidades de nuestros presos. Por otra parte, había muchas familias que se les pasaba una asignación semanal y esto se les daba cuando llevaban la ropa limpia a Costa. De esta forma, a pesar que este señor tuvo que ir a declarar varias veces a la jefatura de policía y de sufrir varios requisitos, nunca pudieron descubrir nada. Costa se hizo siempre fuerte diciendo a la policía que desinteresadamente hacía el trabajo humanitario de llevar ropa limpia y comida a los presos de parte de sus familiares.

Nada más entrar en un café este criminal

con la patrulla que mandaba

se originaba un silencio sepulcral;

el que se llevaba al cuartelillo municipal difícilmente salía sano.

El Comité Pro Presos las pasamos muy mal, las persecuciones para descubrirnos fueron incesantes de día y de noche. Por parte de la secreta se distinguió un tal Masagué, que era de Manresa o hacía muchos años que vivía en la ciudad, por lo que conocía perfectamente todos los más o menos dirigentes de partidos y sindicatos. Hizo muchísimas detenciones y él personalmente los apalizaba. Pero el que cometió enormes fechorías no fue éste, fue el jefe de municipales sastre Gual; dio carta blanca a todos los municipales para descubrir el Comité y comenzando el día hasta altas horas de la noche patrullaban de tres en tres sus subordinados haciendo registros y deteniendo gentes por los cafés. Nada más ponerles mala cara era suficiente para darles dos o tres golpes de porra; incluso en pleno paseo detenían y pegaban a todos los que se oponían a ser detenidos. El más salvaje era uno que le llamaban el Vermell; éste, en una paliza en plena calle le reventó los oídos a un ciudadano. Nada más entrar en un café este criminal con la patrulla que mandaba se originaba un silencio sepulcral; el que se llevaba al cuartelillo municipal difícilmente salía sano.

Tuvimos, más que habilidad, mucha suerte, y a pesar de estar todo el aparato represivo lanzado a descubrirnos, no lo conseguían. Las autoridades municipales, las de policía y gubernativa, y sobre todo los militares, que eran los que mandaban, estaban furiosos y preocupados porque creían, y así era, que se recogía mucho dinero y éste pudiera ser utilizado para organizar la contrarepresión violenta. Ante este pensamiento o posibilidad un día sorprendió a los ciudadanos manresanos y mucho más a nuestro Comité una nota dada por radio que más o menos decía así: “Don Emeterio Saz Álvarez, teniente coronel y jefe del Batallón de Cazadores de Manresa, hace saber que hace tiempo es sabedor que en esta ciudad funciona un comité llamado pro presos que recoge dineros diciendo ser para ayuda de los presos políticos, y previendo que el importe recaudado podía ser empleado para apoyar a grupos separatistas subversivos enemigos de las fuerzas del orden y que ese dinero podía servir para beneficiarse personas desaprensivas, se dirigía a los componentes de ese Comité para comunicarles que estaba dispuesto a legalizar ese organismo con el fin de controlar por mi persona el dinero recaudado y el uso que se hacía del mismo”. Y que para este fin ordenaba la presencia ante él de algunos representantes de esa junta dando de plazo cuarenta y ocho horas para presentarnos, y decía que de no ser así se les detendría y se les aplicaría con todo rigor las penas más severas del código penal militar.

Nos reunimos para estudiar la nueva situación y la discusión versó principalmente sobre la posible sinceridad de esa convocatoria; a pesar de las muchas dudas, más pronto creíamos que era sincera por el hecho de haberla hecho públicamente, y surgió una idea que nos pareció útil para decidirnos, que era consultarlo con una persona amiga del teniente coronel y que a la vez estaba comprometida con nosotros. Anteriormente, he dicho las cuatro personas de las cinco que más cotizaban y me dejé una, que nos daba bastante más dinero que cualquiera de éstos, y para asombro de alguno diré que era don Joan Jorba Rius. Se lo propuso el encargado de la casa y miembro del Comité, Marià Morelló, y éste mismo recogía el dinero. Por esto decidimos consultar con don Joan y éste dijo que estaba seguro que era sincera la proposición y le habló a Morelló del honor militar, etc.

La posición de don Joan Jorba [illegible] las grandes posibilidades que nos daba la legalización para aumentar la recaudación, ya que hasta entonces los que aportaban eran muy pocas personas y casi todas industriales, y creímos que era preciso arriesgar. Se discutió quienes o quien debía ir a presentarse a don Emeterio y después de convenir que de momento con una persona era suficiente resultó que esa persona agraciada tenía que ser yo, porque según mis compañeros era el más joven y soltero. Así fue. Yo conocía mucho al jefe del batallón por haber hecho el servicio militar en Manresa. Físicamente era muy delgado y también muy alto, algo curvado, cara amarillenta, con gafas oscuras que, añadido a que según sus oficiales que llevaban muchos años a sus órdenes nunca le habían visto sonreír, uno puede darse cuenta que físicamente a lo que más se parecía era a un Drácula. Y quien lea esto puede creer que no exagero demasiado: su comportamiento con los jefes y oficiales era tan rígido en disciplina que le temían todos. Esto reflejaba al resto de la tropa, suboficiales y soldados, y mientras estaba don Emeterio en el cuartel íbamos con gran cuidado a infringir ninguna norma reglamentaria; nada más verlo por los patios, veinte metros antes de llegar a nosotros nos parábamos y nos cuadrábamos para saludarle si pasaba cerca de nosotros. Esto demuestra que todo el cuartel le teníamos no solamente miedo, sino que también algo de terror.

si [Emeterio Saz] está en Manresa el 18 de julio

no queda con cabeza ningún antifascista significado

de nuestra ciudad

Políticamente era mucho peor: anticatalanista, antidemócrata, decidido defensor de las dictaduras, y por esto cuando triunfamos en las elecciones del 1936 lo primero que se hizo por el Ayuntamiento fue pedir y obtener el traslado de tan [illegible] persona por la dura represión que hizo el 6 de octubre. Avala con creces todo lo dicho de esta persona lo que expongo a continuación: fue fusilado en Madrid tan pronto como estalló la guerra. Cada año la prensa fascista el día de su fusilamiento hacía extensos artículos ensalzando sus grandes méritos y patriotismo por haber sido el jefe máximo (no era más que teniente coronel) de la preparación del alzamiento de la Región Militar de Cataluña, en contacto directo con el general Mola y Kindelán, y asegurando que si don Emeterio, que tenía todos los hilos de esta organización, hubiera estado en Cataluña con mando su sublevación en esta región hubiera triunfado. Es, pues, muy fácil calcular que si está en Manresa el 18 de julio no queda con cabeza ningún antifascista significado de nuestra ciudad.

Ya estoy en el cuartel, me doy a conocer al oficial de guardia y éste, corriendo, sube al despacho de don Emeterio y baja acompañado del capitán López Sepúlveda, que era el capitán ayudante suyo. Éste me sube a la planta donde estaba el despacho y me hace entrar en una sala algo oscura a la derecha del despacho del jefe. Allí estuve más de una hora esperando que me llevaran ante don Emeterio; esto lo hicieron con toda la mala intención de que me pusiera nervioso y con miedo, y a fe que lo consiguieron, porque llegó un momento que pensé en escaparme, y me faltó muy poco porqué los nervios ya no me aguantaban.

Por fin entró en la sala el jefe acompañado de su ayudante, intento saludarle y no lo consigo, y me dijo gritando con toda su fuerza: “Cuádrese!”, y mirándome fijo con cara de mala leche: “Ponga los brazos atrás”. Y continuó diciendo, siempre vociferando: “Les he llamado a ustedes porque no me da la gana que, sorprendiendo el sentido humanitario de algunos ciudadanos, les hagan dar dineros que como mal menor lo invierten ustedes para sus vicios y caprichos y como mal mayor compren armas para asesinar personas de orden, patrióticas y honradas”. Yo estaba clavado como una estatua, pero con aquellos gestos que hacía con los hombros, cabeza y brazos, siempre de forma amenazadora, su aspecto de drácula, con aquellas gafas y por ser tan alto que para mirarle tenía mi cabeza en mala posición y me cansaba, dejé de mirarlo bajando la cabeza a lo normal y dijo: “Mírese a mi persona, y si la vuelve a bajar le pego una patada en los cojones que lo dejo inútil para toda su vida”.

Gestos de querer pegarme hizo muchos, pero no lo hizo. Solamente cuando acabó de insultarnos y tener que pasar a su despacho me dio un empujón a la espalda con su mano para que saliera delante de ellos de la sala. Ya en el despacho toca un timbre y entra un soldado y le dice que fuera a decirle al capitán García que fuera por su despacho. Una vez allí el jefe del batallón le dice: “Este individuo es uno de ese Comité de traidores separatistas y terroristas. Usted ya sabe mis instrucciones que debe usted cumplir y al mismo tiempo hacer cumplir con todo el rigor a esos individuos, y me ponga inmediatamente al corriente si estos elementos le ponen el más pequeño obstáculo para cumplir mis órdenes”.

El capitán García me lleva a la imprenta del cuartel; me dijo que parecía que estaba yo algo asustado y le expliqué algo de lo sucedido sin criticar a su jefe. En esta primera entrevista me animó mucho y a continuación sacó unos escritos de una carpeta y me leyó las condiciones que exigía don Emeterio para controlar la actuación del Comité Pro Presos, que aproximadamente decía así:

1a. Los sellos de cotización se harán en la imprenta del cuartel, su valor será acordado juntamente por las dos partes.

2a. La junta pro presos se compromete a recoger todos los sellos emitidos por ellos en un plazo determinado por ambas partes y entregarlos al encargado de control de este asunto, capitán García, advirtiéndoles que si pasado el tiempo convenido es descubierta la utilización de estos sellos anulados se considerará un robo, por lo que se procederá a la detención de todos los miembros de la junta y serán juzgados severamente.

3a. La junta se compromete a entregar semanalmente un estado de cuentas que conste con claridad el importe recaudado y su utilización, debiendo incluir comprobantes con el fin de poder averiguar por parte del encargado de control la veracidad de la justificación.

4a. La junta debe tener presente que los ciudadanos que aporten dinero u otras ayudas deben ser totalmente voluntarios, sin que medie para nada la coacción o amenaza.

Había muchas más condiciones que no recuerdo, todas ellas amenazadoras y cargadas de desconfianza.

se conseguía suficiente dinero para ayudar muy bien a los presos

y a todas las familias de éstos necesitadas

El desarrollo de la recaudación y utilización de su importe fue altamente satisfactorio, porque al saber los ciudadanos que el cotizar era legal nadie negaba la invitación de contribuir, por lo que se conseguía suficiente dinero para ayudar muy bien a los presos y a todas las familias de éstos necesitadas.

Mi misión fue altamente felicitada por el capitán García. Nos hicimos tan amigos que todas nuestras entrevistas las empleamos, más que en la misión encomendada, en hablar de política y en criticar al reaccionario teniente coronel. Este capitán ya desde el primer día me di perfectamente cuenta que era liberal y muy demócrata, y decididamente partidario de proteger a la clase trabajadora.

mi obsesión no era otra más que recuperar las armas abandonadas

en los bosques cercanos a Castellbell i el Vilar

Pero ya antes de entrar en la cárcel mi obsesión no era otra más que recuperar las armas abandonadas en los bosques cercanos a Castellbell i el Vilar. Cada día durante muchos ratos no cesaba en cavilar la forma de transporte, que debía ser hecho por personas de máxima confianza, pues la cosa era de gran compromiso y riesgo y era difícil encontrar personas que tuvieran coche que se prestaran para ello. Por otra parte, la operación debía ser hecha sin tardar demasiados días, pues corría el riesgo muy posible de que alguno de los que fuimos a Sabadell lo dijera a su organización y ésta se las llevara, o fueran descubiertas por algún guardabosques u otras personas.

Me vino a la memoria que el chófer particular del señor Jorba tenía intención de comprar una escopeta buena de caza para ir a cazar con su hermano, que era un buen cazador y que era precisamente Marià Morelló, al que me he referido anteriormente como miembro del Comité Pro Presos, pero tropezaba con la dificultad de que apenas tenía relación alguna para plantearle tan delicado asunto. Entonces pensé el plantearlo a dos dependientes de la casa que eran íntimos amigos suyos y que estaban a pensión juntos conmigo; estos fueron Lluís Mallol y Antoni Llinàs Arnalot. Les planteé el asunto, les dije que Morelló podía escoger no una escopeta sino dos y muy buenas y que ellos podían escoger la pistola que quisieran. Les agradó la proposición, se lo plantearon al chófer Morelló, éste aceptó y tuvimos una reunión para acordar día y donde podíamos esconder las armas una vez puestas en Manresa. Para esto último el mismo chófer nos dio la idea de esconderlas en el taller de muebles de la Casa Jorba, que estaba en la Muralla tocando al garaje Sport, puesto que había una gran cantidad de maderas y detrás de éstas era lugar seguro, pues calculo que antes no se gastaran para llegar a ellas tendrían que pasar varios meses, y mientras tanto se buscaría otro sitio definitivo.

Con el coche y chófer del señor Jorba salimos una noche por eso de las once, cargamos unos sacos y cuerdas y ya en el lugar nos dimos cuenta que tuvimos una falta enorme al no pensar en llevar dos lots eléctricas, pero había una en el coche que la empleé yo, les indiqué el trozo donde escondimos armas y municiones y cogiendo cada uno una dirección distinta comenzamos a rastrear el bosque mirando especialmente por debajo de los arbustos. Y muy pronto comenzamos a encontrarlas, y cuando mis tres acompañantes creyeron que había suficientes, me llamaron y dijeron que habían acabado los mistos. Yo lo sentí mucho, pero comprendí que tenían algo de miedo al darse cuenta que las armas largas no eran solamente escopetas, sino que había fusiles y winchesters. Procedimos a embalar lo recogido dentro de los sacos y Morelló se puso debajo del coche y los ató al diferencial.

todas las personas izquierdistas y catalanistas

vivían momentos de auténtico terror,

y todas las cárceles de esta región

estaban atestadas de presos

Llegamos a Manresa sin novedad por eso de las dos de la noche, entramos con el coche al taller de muebles y allí, con toda tranquilidad, las escondimos lo mejor posible para que de momento no las encontraran. Hay que tener presente que Cataluña estaba en estado de sitio, que las fuerzas militares y orden público estaban movilizadas, había controles por carreteras y ciudades, registros por las casas y muchas detenciones. Por esto todas las personas izquierdistas y catalanistas vivían momentos de auténtico terror, y todas las cárceles de esta región estaban atestadas de presos, y recibían palizas en las jefaturas de policías que más que palizas eran torturas.

Nuestros cálculos sobre el tiempo que podía tardar en emplear las maderas que tapaban las armas fue muy mal calculado, pues no pasaron más de veinte días que un sábado vino a verme Morelló para anunciarme que había ido al taller de muebles para ver las maderas que habían gastado y que debían de sacarse inmediatamente porque entraba en lo posible que cualquier día de la semana entrante pudieran ser descubiertas. Y quedamos en sacarlas el domingo por la mañana.

Yo estaba en pensión en el número 3 o 5 de la calle de Urgel, concretamente en la casa de la imprenta Boixeda, y por tanto el itinerario para llegar a mi casa era de unos doscientos metros; se trataba de cruzar la calle de la Muralla, entrar por la calle de Urgel plazoleta Clavé y enseguida venía mi domicilio. Con las armas cortas no hubo ningún problema porque en un viaje las transporté todas, pero las largas hubo que hacer de una en una, pues puestas debajo del hombro salían como unos diez centímetros por debajo del abrigo y forzosamente tuve que ponerlas dentro de los pantalones, y al no poder doblar las rodillas andaba cojo y a paso de tortuga.

En uno de los viajes, al salir de la plazoleta de Clavé, me encuentro de golpe con un guardia civil muy joven hablando con una joven que conocí inmediatamente: fue la camarada Ayuso, que era una sobresaliente camarada de las Juventudes Socialistas de la ciudad, de cuya organización yo era dirigente. Yo iba a retroceder, pero al verme mi camarada, me llamó y no tuve más remedio que cruzar la estrecha calle e ir hacia ellos. Me presentó el guardia civil como un amigo suyo que era de su pueblo y las familias vivían en la misma calle, por lo que eran muy amigos. A continuación, me pregunta por qué iba cojo y le dije que esquiando (era mi deporte) me había torcido la rodilla; no pasó ni un minuto que se presentó otro guardia civil, que era compañero de patrulla de éste, que había ido a hacer una copa en el Café del Norte, que estaba a veinte pasos. Como se comprenderá, yo estaba estupendamente guardado con los dos fusiles de los guardias y más aún si se tiene presente que con el que yo llevaba en los pantalones eran tres, y además del fusil llevaba una buena cantidad de sellos de cotización pro presos que eran clandestinos. Yo no sabía qué hacer, si despedirme y marchar o esperar a que marcharan ellos; tenía algo de miedo a marchar yo primero porque el otro guardia era como de media edad, hacía muy mala cara y pensé que podía pensar mal al verme cojear. Y por fin, este de más edad [,,,], que debía ser el jefe, invitó a su compañero a ir a cumplir con su misión. Quedamos hablando con mi camarada y le dije el terrible susto que me había llevado, pues como es natural no le dije ni una palabra sobre el arma, pero sí lo de los sellos, y me dijo que, aunque me los hubiera encontrado su amigo, no hubiera pasado nada, y la invité que me acompañara hasta el portal de mi casa.

Este caso lo comentamos muchas veces antes del 19 de julio con ella y otros camaradas. Yo, cuando llegaba al partido, solía decirle: “Mira, ya llega la que me metió en la boca del lobo”. Pero cuando este casual caso cogió rango curioso y de aventura peligrosa fue después del 19 de julio, cuando en una reunión de las Juventudes Socialistas en que asistía ella les expliqué el trabajo que estaba realizando cuando me llamó la camarada Ayuso y lo que llevaba escondido, que era un fusil que me producía la cojera.

hoy viven todavía los cuatro protagonistas

que he citado anteriormente

y que en cualquier momento pueden atestiguar

la veracidad de todo lo expuesto.

Para acabar esta segunda parte de las malas aventuras (hay por lo menos tres más) diré que por suerte hoy viven todavía los cuatro protagonistas que he citado anteriormente y que en cualquier momento pueden atestiguar la veracidad de todo lo expuesto.

Los escondí en mi habitación puestos encima de un gran armario tapados con unos diarios y por encima unas maletas en espera de buscar otro sitio más seguro. Al otro día por la mañana eran descubiertos por la dueña. Me dijo que había subido a limpiar la lámpara con una escala y que al ver un bulto y las maletas encima dudó de algo, y con la misma escala miró lo que podía ser y las descubrió. Yo creo que no fue así. Lo que pasó fue que al darse cuenta que casi toda la mañana anterior estuve entrando y saliendo del piso, sospechó algo, y como de momento las ponía debajo del colchón, las encontró fácilmente. Le dije que las sacaría lo antes posible y le rogué sobre todo que no se lo dijera a su esposo, a lo cual accedió.

Comunicado esto a Mallol y Llinàs, pensamos en encontrar un sitio seguro y definitivo y se nos ocurrió que, teniendo presente que el piso era un ático con una gran terraza por la parte de atrás, desde donde se veían los tejados de diez o quince casas de muy fácil acceso en los que se advertían unas ventanas que daban a las bóvedas, dentro de una de éstas podía ser el sitio ideal para nuestro propósito. A altas horas de la noche, con lots en las manos, saltamos a los tejados y entramos en varias y escogimos una que nos pareció más segura porque para subir a ella des de los pisos no había más que una tapa por donde no pasaba más que una persona holgadamente, y había el paso de una chimenea grandiosa en la que detrás quedaban algo tapadas. Cargados con armas y municiones, un viaje fue suficiente para transportarlas, y al fin quedamos tranquilos.

ha tenido que subir un albañil a tapar una gotera que salía de la bóveda

y ha encontrado un arsenal de armas

Al mes, aproximadamente, estábamos reunidos el Comité Pro Presos en el Centro de Sports Manresa, era un domingo, y entra en el café aquel célebre gran republicano, el sastre Sala7 cojo, le faltaba toda una pierna, y mirando con cara extraña yo lo vi enseguida y pensé en que algo pasaba. Era muy significado, y cuando me ve en dos saltos con su único pie y la muleta llega hasta mí y dice: “Corvinos, Corvinos, tenemos que hablar”. Me levanto y, apartándonos a donde no había gente, me dice: “En la casa donde yo tengo mi piso en la calle de Urgel ha tenido que subir un albañil a tapar una gotera que salía de la bóveda y ha encontrado un arsenal de armas, y como él sabe que yo soy de Esquerra Republicana se ha creído que eran mías y me lo ha comunicado. Yo le he dicho que no, pero que no dijera nada a nadie porqué sin ser mías me la cargaría yo por ser el único en la escala que estoy fichado por la policía y haber sido detenido dos veces por ser dirigente de izquierdas. Me ha dicho que no pasara cuidado porque él era socio también de la misma organización. Entonces yo he pensado de quien podrían ser, y como sé que tu vives en el ático del número 3 he pensado enseguida que estas armas no podían ser de otro que no fueras tú, llevadas por los tejados de la calle”. Le dije: “Pues lo has adivinado”. Le expliqué incluso de donde procedían, porque él estaba en el ayuntamiento cuando marchamos a Sabadell, y le dije que sobre todo fuera a ver al paleta para asegurar que éste no dijera nada ni a su mujer, y le dije que las sacaría tan pronto encontrara un sitio lo más seguro posible. Al volver a la mesa, mis compañeros de Comité estaban intrigados, y les expliqué que mi conversación con Sala sastre era un asunto particular que nada tenía que ver con la represión.

El disgusto que tuve fue fenomenal y desde aquel mismo momento comencé a pensar donde podía trasladar aquel pequeño arsenal. Y por la noche, ya en mi cama, discurrí que el mejor sitio fuera en mi sección de la Casa Jorba y el mejor sitio podía ser bajo de la estantería más baja, en la que había un hueco de unos quince centímetros hasta llegar al suelo. De esto no quise decir nada a mis dos compañeros de trabajo, de pensión y de odisea de las armas Mallol y Llinàs porque estaban siempre hablándome del posible descubrimiento de las armas y las consecuencias que podía acarrearnos, y notaba claramente su gran preocupación. Por otra parte, el propósito de llevarlas a la Casa Jorba seguramente no lo hubieran aceptado por el enorme compromiso y responsabilidad que suponía ante don Joan Jorba. Este nuevo traslado, a pesar que en principio me parecía muy difícil, me salió muy bien porque tuve el suficiente tiempo para planearlo.

El día debía ser el martes, porque don Joan era el día que cada semana iba a Barcelona. Las armas debía ponerlas en una caja de pana que debía alargar algo para que cupieran las armas largas. La entrada a la casa debía ser por la entrada de la calle Nueva y pasar rápidamente hacia el ascensor, que desde la puerta de entrada había diez pasos, dejar abierta una puertecita de rejas que daba al ascensor, ponerlas al ascensor y subirlas al primer piso, donde había mi sección. La hora, la de comer, que prácticamente no había en la casa más que los aprendices. Antes yo debía desclavar las tablas del aparador más bajo; para esto último compré un corta hierros, y al no poder levantar las tablas solamente con esa herramienta tuve que comprar un martillo. Todo salió a la perfección y momentáneamente quedé muy tranquilo.

No estaba conforme de que de treinta o cuarenta armas

que dejamos en los bosques trajéramos tan pocas

y buscaba la forma de hacer otro viaje a Castellbell

No estaba conforme de que de treinta o cuarenta armas que dejamos en los bosques trajéramos tan pocas y buscaba la forma de hacer otro viaje a Castellbell. Se me acudió la idea que, teniendo en este pueblo un gran amigo mío de máxima confianza, podía utilizarlo. Se trataba del camarada Sierra, que era el representante para Castellbell, el Borràs, la Bauma y Monistrol del Centro de Dependientes de Manresa, del cual yo era directivo. Un domingo a primera hora me llegué a dicho pueblo y puesto al habla con mi amigo le planteé mis intenciones, que muy gustosamente las aceptó porque creía que algún día podían hacer falta para las luchas sindicales y políticas, y también de pasada le hacía mucha ilusión el poseer una buena pistola.

Recogimos seis armas largas, tres pistolas y mucha munición.

Acordamos ir en aquel mismo momento a ver si todavía quedaban más armas. Buscamos un taxi que residía en el Borràs y que era el único que había para aquellos cuatro pueblos, pero estaba de servicio hacia Barcelona, por lo que decidimos ir a pie y con una cesta de comida, como si fuéramos a comer en el campo y a buscar setas. Partimos muy animados al lugar deseado. La carretera pasaba por un monte de pinos que en muchos sitios tanto a la derecha como a la izquierda hay unos desniveles muy pronunciados y primero buscamos en la parte de arriba, que en aquel trozo era llano, y tuvimos la desilusión de no encontrar más que algunas municiones. Yo quedé muy contrariado porque precisamente en esa parte era donde se escondieron por lo menos el ochenta por ciento de las armas. Paramos a la parte de abajo y allí sí que las había. Recogimos seis armas largas, tres pistolas y mucha munición. No teniendo ninguna posibilidad para llevarlas al pueblo, las trasladamos mucho más lejos de la carretera y quedaron muy bien escondidas. Estudiamos la forma de llevarlas por la noche a la casa de mi compañero, pero al no llevar nada para taparlas desistimos y quedamos que durante la semana entrante encontraría la forma de su traslado y que yo volvería el domingo para hablar de la forma de su traslado a Manresa.

La nueva visita al camarada Sierra fue muy positiva para nuestros propósitos, pues ya tenía magníficamente bien embaladas las armas. Se trataba de un saco de arpillera estrecho repleto de borras de algodón sacadas de la fábrica en la que él trabajaba como contable, dejando la parte de arriba de forma que se advertía claro la borra. Quedamos que el martes de doce a una llegaría yo con un taxi a buscar el bulto, que él debía venir conmigo para ayudarme para que con más seguridad poderlas introducir en la Casa Jorba.

Me unía muy buena amistad con dos taxistas hermanos de Manresa apellidados Burés, pues siempre que tuve necesidad de usar este sistema de transporte cogía a ellos, especialmente cuando en grupos íbamos a las fiestas mayores de los pueblos de la comarca. Y a uno de ellos el lunes lo contraté para el martes a una hora convenida con la excusa de ir a buscar a un amigo en Castellbell que traería un saco de borra de algodón como muestra para hacer oferta a la Casa Jorba para uso de sus fábricas. Al día siguiente, martes, que don Joan estaba en Barcelona y en la casa casi solo había los aprendices al estar comiendo los dependientes, llegamos por la puerta de la casa de la calle Nueva. Antes ya habíamos quedado que primero entraría él a pedir muestras a la sección de género blanco, que era la única que tenía que pasar unos cinco pasos hasta el ascensor, y enseguida entré yo con el saco al cuello. Llegué a mi sección sin novedad y las coloqué inmediatamente junto a las demás.

Posible Esto puede servir como introducción

Advierto que todos estos escritos nunca los hubiera escrito si no hubiera sido por la machacona insistencia de varios manresanos que, al hablar con ellos largamente sobre la revolución en Manresa, hace ya varios años que me recomiendan que los escriba, pues entienden que al ser yo el máximo dirigente de la revolución en Manresa soy un testigo excepcional de todo lo sucedido en dicha ciudad y que hay cosas interesantes no sabidas que en estos momentos nada más mi persona puede aclarar con toda fidelidad, o veracidad.


(Document donat a l’Arxiu Comarcal del Bages per Joan Corominas Puig. Transcripció: Marta Torra Oliveres).

 

1 Josep Ferrándiz Barberà

2 Josep Anselmo

3 Andreu Nardi

4 Farinera La Favorita, també anomenada de les Obagues.

5 Lluís Soler i Terol

6 Isidre Costa i Perramon

7 Possiblement, el sastre Josep Sala Costa, del carrer d’Urgell

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