Fragments destacats de les memòries

El 19 de juliol a Súria

«Era en el 18 de Julio de 1936. Recuerdo que salía del “Embalat”, pues era la Fiesta Mayor de Súria. Yo oía rumores que fuerzas de África se habían sublevado. Entendía poco de esas cosas, tenía 23 años y mi ilusión eran los bailes y el cine.

Observaba que la gente se amotinaba y daban discursos por la radio. Se empezaban a ver semblantes descompuestos y otros de alegría. Todo el mundo se metía a republicano. Pronto empezaron las deserciones seguidas de locales y hombres con armas por todos los sitios».

 

El cotxe fantasma i la repressió de la rereguarda

«A las pocas horas, la radio pedía voluntarios de los pueblos para ir a Barcelona y des de allí formar columnas para el frente de Aragón, [ya] que decían que venían fuerzas fascistas sobre Catalunya.

Aquí empezó mi primera aventura. Requisaron todos los camiones y autobuses de la localidad. Todo el mundo gritaba “¡A Barcelona!”. y allá que me tienen, todo el camino cantando himnos revolucionarios. Llegamos a Barcelona a medianoche, y nos llevaron al Hotel Colón, donde estaba el Cuartel General. Me dieron un fusil y me mandan hacer guardias por delante del edificio y me dice uno: “¡Cuidado que por aquí pasa el auto fantasma y lleva una ametralladora! Pasa a toda velocidad y barre todo lo que encuentra.” Pensé para mí: “Vaya, Andrés, en buen lío te has metido”».

«El Trueba[1] me dice: “Andrés, vete arriba y escoge una habitación y descansa”. Voy al primer piso, abro la puerta y la volví a cerrar rápidamente. Vi las cortinas por el suelo y las sábanas llenas de sangre. Miro otra habitación [y estaba] exactamente igual. Se me pasó el sueño rápidamente [y] no quise permanecer [allí] ni un minuto más. Me entró un escalofrío de pies a cabeza; no estaba acostumbrado a aquellos espectáculos».

«Cuando, de repente, se para un coche y siento que gritan: “¡Ya los tenemos! ¡Ya los tenemos!”. Los del interior salen corriendo y preguntan con ansiedad: “¿A quién, a quién?”. “¡Los del coche fantasma!”. Uno de ellos dijo: “A este fulano lo conozco yo, es el hijo del coronel que yo tenía en Burgos”.

“Llevadlos abajo a los sótanos”, ordenó una voz. Fueron bajados a empujones por una quincena de hombres.

Todo aquello lo estuve observando. Eran dos jóvenes de mi edad aproximadamente. Yo pensé: “Buenas cosas les esperan”. Era mucha la excitación que tenía aquella multitud».

«Al poco rato, vienen tres más y dicen: “Vamos a los escolapios a buscar armas para Súria”. Subimos a un camión y nos llevaron por unas calles estrechas donde se oían disparos sueltos. Allí nos dieron media docena de fusiles con su munición.

Alrededor de mediodía, la caravana de autocares con grandes pancartas estaba formada a punto de marchar para el Frente de Aragón. Yo también quería marcharme con ellos al ver tantos gritos de entusiasmo. Todo el mundo se sentía valiente, pero un primo mío no me dejó: “Andrés, tú te vas a casa”».

 

A la Primera Centúria Roja

«A los pocos días, la radio llamaba a mi quinta. Tenía que presentarme en Barcelona, pero en Manresa no me dejaron pasar. Había milicianos en la estación y pedían [la] documentación: “¿A dónde vas?”, me preguntaron. ”A Barcelona a incorporarme” dije. “No hace falta. De aquí sale un batallón y puedes ir a incorporarte en él”. Allí estuve varios días haciendo instrucción.

Se formó la Centuria Roja, compuesta por milicianos de Manresa y comarca. De Súria éramos unos 30, que formamos el Pelotón del “Ram de l’Aigua”.

Llegó el día de la partida para el frente, el 30 de Septiembre. Unos reían, las madres lloraban».

«La Centuria Roja iba al mando del Capitán Ramírez, de Cartagena, e íbamos agregados al batallón de Ametralladoras de Manresa nº 4, al mando del comandante Luís Menéndez.

Los enlaces del capitán éramos cuatro: Vilanova, David, el moro y yo. Tan pronto como se hacía de día, el capitán observaba las líneas con sus anteojos. Era un hombre poco comunicativo. Al oscurecer bajamos a primera línea.

Era bien entrada la noche cuando ocupamos posiciones. El primer susto que tuve fue cuando el capitán, junto con el comisario, me dice que vaya a un puesto avanzado a avisar a un tal Suñer y Cargol. Fui barranco abajo hasta que los encontré. De regreso, el pelotón del POUM nos recibió a tiros. Suerte que alguien empezó a gritar: “No tiréis, que son de los nuestros!”».

«Cierto día, el mando creyó oportuno apoderarse de una loma que estaba en medio de las líneas enemigas y fue seleccionado el [pelotón del] Ram de l’Aigua.

Por la noche tomamos posición y la fortificamos, después de trabajar sin descanso. Cuando llegó el día, nos acosaron a tiros, no podíamos levantar cabeza. Allí tuvimos las primeras bajas: fueron tres muertos y los tres de la cabeza. Dos eran de Manresa, e Izquierdo, de Suria».

«Yo fui trasladado con Vilanova, David y algunos más a Oliete[2] (el comandante Pérez Vengut, el capitán Lluch), donde nos esperaba el batallón, gente poco experta para formar un batallón de ametralladoras de choque, [ya que] todos eran rezagados de la retaguardia. […] Después de unos días de entrenamiento, nos destinaron al frente de Fuendetodos, pueblo de Goya. Vilanova no llegó a ir al frente, pues fue destinado a Valencia a la escuela de Capacitación de Oficiales. El muchacho [se] marchó muy contento, y no volví a verle más. Cayó en Piedras de Aolo».[3]

«Yo había advertido a los centinelas que no emplearan las bombas de mano si no era en un caso necesario. No había hecho más que entrar en la barraca, cuando la explosión de una bomba de mano nos puso a todos de pie. [Salí] corriendo hacia donde estaba el centinela. “¿Qué ha pasado?”. “Mí teniente, que veo una sombra”. “¿Dónde?”. “¿No ve aquello que se levanta y se esconde?”. “¡No ves que es un [matorral]!”. “No, señor, ahí hay alguien.” Para convencerle, [dije]: “Un escuadrón que venga conmigo; vamos a hacer una descubierta”. Nos internamos unos metros sin encontrar rastros, pues todo había sido imaginación del centinela. “Bueno, aquí no hay nada. Demos media vuelta”, pero nadie contestó. Me di cuenta de que estaba solo, y cuando regresé me gritaron el alto. Me indigné de tal manera que no pude aguantarme: “¡Sois un atajo de cobardes, no me conocéis!”. Yo llevaba la pistola en una mano y una bomba en la otra. Me venían ganas de matarlos a todos. Este mismo caso me pasó dos veces con ellos.

Al día siguiente, tuvimos que tomar posiciones más avanzadas,. Era una loma que dominaba un llano. La loma estaba completamente desguarnecida; había que fortificarla y hacer barracas. David y yo empezamos a trabajar y hacíamos nuestra barraca y ellos [nos] miraban. Quizás esperaban que también hiciéramos las suyas. Con aquella gente no se podía ir a ninguna parte».

«Yo, con mi compañía, estaba en Belchite a la hora citada.[…] Hicimos alto en unos olivares que hay a las afueras. […] Mi misión era apoyar dicho batallón con las seis ametralladoras que yo llevaba. El comandante nos dijo, al hacerse de día, que teníamos que estar en esta loma [Lo] decía señalando el plano. Empezamos a marchar por el olivar y yo veía que no salíamos nunca. Las horas pasaban y pronto empezó a amanecer y estábamos en el mismo sitio [de donde] habíamos salido. [A] mí me pareció conocido aquel terreno.[…] Mandé emplazar las ametralladoras por si hacían falta a las compañías que tomaban la loma, y nos hacen señal que subamos. Cuál no sería mi asombro cuando oigo una voz que grita “¡Kaso!” (Laso). Era el sargento Barralis, que lo tenían encañonado con las manos en alto en compañía de varios oficiales que habían sido [hechos] prisioneros por nuestras propias fuerzas (era el resto de mi batallón que yo había dejado descansando). […] El jefe quedó como una estatua [y] yo indignado le dije: “Mi comandante, la cota que hay que tomar es aquella”, pero ya era demasiado tarde, pues el enemigo se veía bajar a unos 6 km por la ladera de la montaña. A los pocos momentos, aparecía su aviación. Nos replegamos al famoso Olivar de Belchite. En aquellos momentos llegó una batería de antiaéreos nuestra, pero no tuvieron tiempo de montarlas. La aviación se dió cuenta de ello y en menos de un cuarto de hora ya no existía batería. Los tanques enemigos no tardaron en llegar. […] Mandé recoger la máquina, ya oscurecía. Los nacionales entraron en Belchite a las 6 de la tarde y nosotros llegamos a nuestras líneas a las 9 de la noche. Todos nos creían muertos o prisioneros. Nunca pude saber [qué fue] de aquél comandante, pues merecía que lo fusilaran».

«[En] el batallón de fusileros, tan pronto como vieron los tanques, cundió el pánico, empezando por el comandante y [el] comisario. Yo los vi que se alejaban, pero no sospeché sus intenciones. Las ametralladoras las tenía emplazadas detrás de los fusileros. Cuando ví que reculaban mandé hacer fuego por encima de ellos para impedírselo, pero no había manera de contener aquella gente sin mando. […]»

 

La retirada del Front d’Aragó

«[…] Desde entonces empezó la famosa retirada del frente de Aragón. Su aviación no nos dejaba tranquilos y la reorganización era imposible. Dejamos atrás Zoira, Híjar, Puebla de Híjar y Caspe. Allí ví un caso curioso y trágico: la aviación había hecho un fuerte bombardeo en los hilos de teléfono y ví que había unos pantalones a horcajadas, con zapatos; era medio cuerpo de un soldado, le faltaba medio cuerpo para arriba. Era algo repugnante».

«De allí, a nuestro batallón de ametralladoras nos trasladan a Tortosa, nos meten en un tren rumbo a Tarragona. A unos 20 Km. de Tarragona, el tren se para. Nadie sabía el motivo. [Estuvimos] unas tres horas esperando, el hambre nos traía de cabeza. […] Nuestra intención era ir a comer y nos dirigimos a un hotel y el primero que encontramos fue el Hotel Europa. […] Era una sala grande y lujosa. Allí, la mayoría de los comensales eran de comandante para arriba, acompañados de Sras. muy bien estocadas. No parecía que estábamos en guerra; en cambio, nosotros era al revés, andrajosos y con barba de quince días».

«[…] En esto vemos llegar un coche procedente de Barbastro. Bajaron unos cuantos para ver quien era y vemos que paran el coche y descienden de él dos personas y un niño de unos 12 años. Ya los suben al puesto de mando, encañonados por una veintena de soldados, y resultaron ser un comandante de los nacionales con su hijo y el chófer. Ellos creyeron que Monzón estaba ya evacuado y volvían a casa. Después de algún interrogatorio que hicieron, a [los] dos hombres les mandaron a dar un “paseo”. Aquel chiquillo me daba pena. No dejaba de gritar: “¡Criminales! ¡asesinos! Ya me las pagaréis, os juro que me vengaré!”. Le trasladaron al otro lado del rio y le mandaron en dirección a Monzón».

 

“¡Deprisa, que han abierto las compuertas del pantano!”

«[…] Cuando se hizo de noche recibimos la orden de evacuar el río (Cinca). Bajaba poca agua, [a] un poco menos de la cintura. Como hacía frío, nos quitamos los pantalones para no mojar-los. Cuando estábamos cruzando el río, oigo un ruido extraño [y] enseguida corrió la voz: “¡Deprisa, que han abierto las compuertas del pantano!”. Yo en cuatro saltos llegué al otro lado, no antes sin caerme la ropa al agua, mojándola toda. Detrás de mí oía gritos pidiendo auxilio, [pero] era imposible hacer nada. La noche era oscura y además la corriente era muy rápida. Muchos se fueron río abajo.

Empezamos a caminar a la deriva, pasamos por Binéfar, Peralta de la Sal hasta cerca de Benabarre. [Allí] nos hicieron dar la vuelta e ir en dirección [hacia] Alcarrás».

«El hambre ya nos hacía mella. Me había comprado huevos, tenía ganas de comer una tortilla o huevos fritos, pero nos faltaba el aceite. Al llegar allí nos dijeron que no tenían, sabiendo [nosotros] que tenían las tinajas llenas de aceite, con lo cual notamos la diferencia que hay entre personas de Aragón y Catalunya».

 

“Era la famosa Tierra y Libertad de la FAI”

«La gente ya empezaba a protestar. Allí no reinaba la disciplina. Era la famosa Tierra y Libertad de la FAI. Al llegar a Alcarrás hay un cruce de carretera. Era de noche [y] el mando nos manda volver otra vez para atrás. Allí vinieron las discordias. [A] la gente que no retrocedía, el capitán Lluch les gritaba: “¿Vosotros sois los revolucionarios y os escapáis porqué viene el enemigo? ¡Es para allí y no para Barcelona donde hay que ir!”.

«[…] Las líneas se rompieron; la gente empezó a [ir a] la desbandada, pero a nuestras espaldas teníamos otro río, mejor dicho un canal que es el Noguera-Pallaresa, de unos 5 m de ancho y 3 m de hondo.

Alguien había puesto una vigas que hacían de puente, pero había que tener equilibrio, pues la viga rodaba y te ibas al agua. […] Nadie se cuidaba de los que se marchaban río abajo, pues con el peso del fusil, [la] munición y [el] macuto no valía saber nadar. Además, el nivel del agua en la parte superior del muro [subía] cerca de un metro y al no poderse agarrar [en ningún sitio], muchos fueron les que cayeron allí».

«[…] Así llegamos a Balaguer. Allí no había nadie, pues la aviación la había bombardeado. Por debajo de algunas puertas salía el aceite. Se ve que algunas tropas que habían pasado [por allí] antes que nosotros habían roto las jarras.

Se hizo una nueva línea a la orilla izquierda del Segre y así terminó la famosa retirada de Aragón».

 

La retirada a Catalunya

«[Después de] la retirada de Aragón, entramos en Catalunya por el pueblo de Tamarit hacia Farrás. Recuerdo que hacía mucho frío. Creo que era a primeros de enero, pues caían unas heladas que parecían nevadas.[…]

Tan pronto como amaneció, ya volvieron al ataque. Nosotros carecíamos de material, solamente disponíamos de fusiles, y contra las tanquetas no teníamos más remedio que retroceder. Nos prometieron que al amanecer tendríamos tanques y aviación, pero siempre brillaban por su ausencia».

«Antes de ir al Montsec, el Sr. Lluch [capità de la companyia] había solicitado el retiro a la retaguardia, pues ya pasaba de los 65 años, y me dijo antes de marchar: “¿Andrés, te vas a hacer cargo de la compañía?”. Yo ya hacía más de un año que era teniente, y no quería tanta responsabilidad. Miré al Sr. Lluch y le dije que nombrara a otra persona, y volvió a repetirme: “Serás tú, por antigüedad te toca a ti y además te diré que [acabarás siendo] capitán, aunque sea de ladrones. Cuanto más alto tengas el mando, menos peligro tienes”, y yo no tuve más remedio que obedecer.

« […] Por fin terminé el curso. De unos 80 quedé el 11. No fue mala puntuación. El teniente coronel Galán nos felicitó y salimos en el Boletín Oficial».

«Cuando llegamos a lo alto del Montsec, nos presentamos al mando del Batallón y nos tomaron la afiliación. [Éramos] el Sr. Lluch, oficial retirado y sin partido, David, de la Esquerra, y yo, de la UGT. Enseguida comprendí que había caído en desgracia al ver de la forma que me miraron cuando les di la afiliación. El Sr. Lluch cuando salimos ya me dijo: “Eres tonto al dar tu afiliación.               ¿No sabes quienes son? Son los restos de la “Tierra y Libertad”, que se hizo famosa en el frente de Madrid”. La compañía que yo llevaba pertenecía al batallón de Ametralladoras de Manresa, o sea que eran soldados no milicianos, pero ya estaba hecho y no había remedio. Pronto empezaría a purgarlo.

[…] Las cosas iban de mal en peor: el rancho cada día era más escaso, de tabaco no nos daban, fumábamos hojas de lo que fuera. En el pueblo, que eran media docena de casas, estaba el Mando».

 

“Cual sería mi sorpresa al saber que el muchacho que había que fusilar era de Súria “

«Mandaron desalojar las familias. Estaba terminantemente prohibido para nosotros ir allá, pero yo me enteraba de lo que pasaba por mediación del enlace que iba a llevar el parte diario.

Cuando hicieron marchar a los habitantes, ellos entraron detrás, a la requisa, pero a nosotros no nos llegaba nada.

La orden que había dado el Alto Mando es que a todo aquel que lo cogieran requisando sería fusilado rápidamente para escarmiento de los demás».

«Pues resulta que cogieron a un soldado que había cogido ropa interior de mujer para su hermana. Llegó el día del fusilamiento y dijeron que se haría a suertes entre los oficiales del batallón para mandar el piquete de ejecución. Cual sería mi sorpresa al saber que el muchacho que había que fusilar era de Súria. Por suerte, no me tocó a mi mandar el piquete.

El muchacho era joven, le llamaban el “Pinche” y vivía en el Pueblo Viejo. Su hermano mayor emigró para Francia y otro hermano vive actualmente en [el barrio del] Fusteret (Súria) ».

 

La mort de David, un altre surienc

«Después de este lamentable suceso, a los pocos días, concretamente en mayo, creo que fue el día 22, en unos combates que tuvimos mataron a otro de Súria, un amigo muy querido para mi, pues habíamos hecho toda la campaña juntos.

[…] David, que así se llamaba, mandaba la 1ª sección; mandé a las otras secciones y a él lo dejé conmigo. […] Me había puesto de pie, al mismo tiempo que [sentí] un zumbido, me lancé a tierra y la explosión fue terrible. Oí gritos. […] El cuadro que se me apareció era horrible: tres muertos y dos heridos. Uno quedó sentado sin heridas exteriores, echaba sangre por los oídos y [la] boca, había quedado reventado. El otro [estaba] con la cabeza abierta como si hubieran cortado un melón por la mitad y quedó saliéndole la masa encefálica (sesos). De los heridos, uno tenía el culo y la espalda como si le hubieran dado una perdigonada. Momentos antes, nos habíamos enterado de que Cayo, hermano de David, había sido herido en un pie por un trozo de metralla».

 

Estiu de 1938: “Solo quedaba yo de Súria de 30 que salimos de la Centuria Roja de Manresa”.

«Ya estábamos en pleno verano de 1938, concretamente en agosto. Me acordaré toda la vida, [ya que] fue el momento más trágico que pasé. […] Las fuerzas de la República atravesaron el río para atacar Lérida por detrás, pero resultó que encontraron mucha resistencia y dejaron 20 tanques abandonados. Los carabineros dejaron aquellos tanques en tierras de nadie, o sea entre las dos líneas, [y] nos mandaron recuperarlos para nuestro batallón.

[…] y nos repartieron latas de sardinas, chuscos i ¼ l. de coñac. El soldado ya sospechó que tendríamos fregado. Efectivamente, en silencio todo el batallón, atravesamos el Segre por unas pasarelas que habían hecho los pontoneros.

Allí nos metieron a más de 400 hombres; eso fue el día 12 de agosto de 1938.

[…] Tan pronto amaneció, ya tuvimos las primeras bajas: dos muertos y un herido, el sargento Barrabis de Súria. Para Antonio fue poca cosa: a consecuencia de un mortero, sangraba en un brazo. Yo le dije que estaba de suerte, pues se marchaba y nosotros nos quedábamos. (Ya solo quedaba yo de Súria, de 30 que habíamos salido de la Centuria Roja de Manresa). Los combates no paraban, los heridos querían ser evacuados y no se podía hacer [durante el] día porque las tropas nacionalistas dominaban el río. La sed nos devoraba y teniendo el río tan cerca no podías acercarte a buscar agua. Los cadáveres estaban hinchados del sol. Había muchos moros muertos de la batalla anterior. También el batallón de la Virgen Blanca de Navarra casi lo liquidamos. Los sirvientes de las ametralladoras no cesaban de gritar: “¡Municiones, municiones!».

 

“Cuando pasé a la otra orilla me senté en el suelo y empecé a llorar como un niño”

«El enemigo tenía en su poder las compuertas del pantano, o sea que no podías evacuar ni tampoco abastecer. Los pontoneros por la noche hacían la pasarela y [durante] el día con los morteros las tiraban y abrían las compuertas para que no sacáramos los tanques. No comíamos porqué aquello era el infierno. El día 19 de agosto me dieron la noticia que por la noche seríamos relevados (pues en 7 días habíamos sufrido 35 combates), pero al mediodía del día 19 vimos que llegaba la aviación de ellos (naturalmente, porqué nosotros no teníamos). […] Se formó una polvareda que apenas se veía. La infantería nuestra se retiraba en desorden, venían todos mezclados, los nuestros y ellos, las ametralladoras segaban todo lo que veían, los soldados gritaban: “No tiréis, que somos nosotros!”. Entonces vino la desbandada; la pasarela era pequeña para pasar todos. Recuerdo que me dieron un empujón, allí no se respetaba nada, era el sálvese quien pueda. Cuando pasé a la otra orilla, me senté en el suelo y empecé a llorar como un niño. ¿Por qué lloraba? No lo sé, si era por los que habíamos dejado o eran los nervios que me habían abandonado.

En total se recuperaron 8 o 10 tanques y nosotros dejamos más de 200 hombres muertos o heridos, porqué de prisioneros no hicimos ninguno. Esto pasó en la cabeza de puente del río Segre, en Vilanova de la Barca».

 

De Sant Joan de l’Erm a la serra del Montsant

«[…] En aquella expedición [de retirada a la serra del Montsec i Sant Joan de l’Erm pels volts de Nadal] me habían agregado varios internacionales: finlandeses, rumanos y polacos, todos ellos muy buenos soldados. No protestaban jamás. En cambio, los españoles estaban hartos de tanta guerra [y] se les notaba una desgana en todo lo que se les mandaba».

«Yo me enteré por boca del mismo comandante: el enemigo había roto el frente del Ebro y teníamos que ir urgentemente para allá. Cuando llegamos a Adrall ya nos esperaban los camiones y nos llevaron a la Granadella. Era de noche. El comandante me dice: “Laso, coge tu compañía y tienes que ir a relevar unas fuerzas que defienden el cruce de carreteras”. Yo le contesté: “Mi comandante, no disponemos de ninguna ametralladora, solo tenemos el fusil-ametralladora”. “Laso, no te preocupes, que tan pronto se haga de día ya tendrás tanques y aviación, pues el mando me lo ha prometido”.

Yo sabía que todo aquello no era verdad, pues hacía tiempo que los tanques y la aviación brillaban por su ausencia. […] Cuando me puse en contacto con el jefe que lo mandaba, que era un capitán, el me preguntó a cuantos traía y yo le contesté que éramos 98 y [que] solo llevábamos fusiles y bombas de mano.

“Camarada, tan pronto se haga de día, preparaos. No podréis resistir porqué os pasará lo mismo que a nosotros, que solo quedamos 48 de un batallón. Vienen con una cantidad de tanques y aviación que no hay Dios que los pare”».

«Se hizo de noche, la retirada ya fue más difícil. La montaña se llama Montsant, tiene mucha maleza y muchos precipicios; parece la montaña de Montserrat. Nos perdimos y quedamos un grupo de 7. Vimos a lo lejos un pueblo y nos encaminamos hacia allí, pero cuando estábamos a una distancia de unos 25 m., oímos las voces de “¡Arriba Franco!”. Nos echamos por un barranco, uno detrás de otro, haciendo el menos ruido posible por la cuenta que nos traía. […] Por fin fuimos a parar a un batallón que estaba al mando de un teniente coronel, creo que era checoslovaco. Me preguntó de donde venia y le dije todo lo que nos había pasado y que habíamos perdido todo contacto con nuestro batallón. Me contestó con muy mala pata y dijo: “Le voy a mandar fusilar por haber abandonado el puesto de mando”. Precisamente estaba presente uno de Súria que era su ayudante, un tal Pelfort, que está casado con Leonor de “Can Carboner”».

 

Una confusió amb conseqüències mortals

«Volvimos otra vez a la montaña. Aquel día tuvimos un combate bastante fuerte, [en el] que por cierto tuvimos bastantes bajas. Precisamente cuando no retirábamos, en una cueva, encontré una camilla con un muerto. Se ve que los camilleros lo dejaron allí y se escaparon. […] Llegamos a un pueblecito que se llama Ciurana de Montsant. Nos sale al encuentro un hombre y nos dice: “¡Ya tengo la lista de todos los rojos!”. Pero, ¿qué dice este hombre? De repente nos ve las insignias. Pues se había equivocado, pensaba que éramos los fascistas. Se echó a correr y el comandante mandó soldados tras él y lo cogieron y el mismo comandante dio la orden que lo llevaran a dar un “paseo”».

«El frente de Catalunya estaba en un completo desorden. Por todas partes encontrabas soldados que buscaban a sus unidades. Solo se veía una aviación, que era la de ellos. Volvimos a tener otro fregado en Esplugues de Francolí: otra vez perdimos contacto con el Mando, otra vez Laso con unos 30 soldados. Nos retirábamos en dirección a Tarragona. […]

«En Sitges no había un ser viviente. Solo encontré una mujer que llevaba una borrachera de campeonato. Llevaba cubos de vino para su casa porqué resulta que las fuerzas republicanas habían dejado un almacén lleno de víveres: arroz, aceite; incluso había una ternera colgada y unas tinajas grandes de vino. Acto seguido, los muchachos empezaron a preparar la comida, pues había de todo y en abundancia. En las aceras también [había] colchones envueltos en sábanas y mantas listas para cargarlos, seguramente. Yo cogí una manta, muy buena por cierto, pues no tenía ninguna.

Cuando ya estaba el arroz a punto, entraron los fascistas por el otro extremo de la calle tirando tiros. Tuvimos que largarnos y dejar la comida para ellos. A pesar del hambre que teníamos, nos retiramos por los túneles del ferrocarril, era el sitio más seguro. […]».

 

La retirada cap a la frontera

«En vista de cómo estaba la situación, que ya estaba todo perdido, le dije al comandante que quería ir a Súria a buscar a mi padre y a mi hermano. Me dijo que no podía ser, pues ya estaba cortado el paso antes de llegar a Manresa. Entonces nos retiramos hacia Barcelona. […] El 26 de enero entraban los fascistas en Barcelona».

«Las carreteras que van en dirección a Francia iban llenas de gente, muchos niños, ancianos en camiones, en carros, bicicletas. De coches, pocos porque en aquella época no había tantos como ahora y los que había estaban requisados por el ejército para los Mandos».

«El comandante me volvió a llamar y me dice: “Bueno, Laso, yo me voy a ver al jefe del Estado Mayor (siempre me decía lo mismo, la cuestión era marcharse), voy a buscar el dinero del batallón y lo repartiremos entre todos. Tú te vas con la tropa a la carretera nacional y me esperas”. Mandé reunir la tropa y nos fuimos a la carretera. A 2 km. ya estaba la frontera. Estuvimos esperando, pero los que venían eran los fachas y, con toda tranquilidad, nos fuimos a cruzar la frontera. Allí estaba lleno de gendarmes que nos hacían dejar toda clase de armas. Yo me había desmontado la pistola y tiraba las piezas para que nadie se pudiera aprovechar. Crucé la frontera con una manta y 25 ptas. que había cogido en el Segre y así terminé la guerra».

«Ahora empieza otra etapa, no muy buena por cierto».

 

Les penoses condicions del camp d’Argelers

«El paso por la frontera lo hicimos por Le Perthus. Había muchos gendarmes, y según entrabas te [lo] quitaban todo y no te dejaban parar, tenías que andar continuamente. Si te parabas a descansar, venían y te decían “¡Ale Hop!”. […] Muchos ya no podían, sobre todo los ancianos y los niños, pero como cada 50 m había los gendarmes, no había forma de parar».

«Fuimos entrando en el campo [Argelers]. Al entrar nos daban un puñado de alubias pintas, un trozo de margarina y un poco de sal. Nos preguntábamos como lo íbamos a cocer en una playa, si no teníamos leña ni cacharros para cocerlas».

«Los primeros días no había lavabos. El agua originó una descomposición en toda la gente del campo. Yo calculaba [que había] unas 2.000 personas continuamente haciendo de cuerpo. La gente estaba uno junto al otro, había de todas las edades y sexo. Los excrementos iban ganando playa, ya se acercaban a las tiendas de las gentes. Por suerte era invierno; si hubiera sido en verano allí hubiera habido una epidemia».

«En el campo se organizó a los pocos días un Barrio Chino, o sea un mercado negro. Allí se vendía de todo: trajes, relojes, etc. Muchas de las cosas [eran las] requisadas en tiendas en la retirada, otras personales. Había franceses que vendían a la gente del campo de concentración fruta y bocadillos. El que tenía dinero comía y, si no, miraban».

«Para darse cuenta, creo que allí había lo mejor del Barrio Chino de Barcelona. […] Cual sería mi asombro cuando vi una persona tendida y llena de sangre. […] Vino la policía y empezaron a indagar. […] Por fin encontraron a los culpables. [Fue] a resultas de una discusión por el reparto de una barra de oro que habían robado en Barcelona. Al hacer el reparto, uno decía que tenía menos que el otro, etc. La policía encontró el oro en la misma tienda pues habían hecho un agujero en la arena y lo habían tapado».

«Así fueron pasando los días hasta que un día llegaron dos de Súria que habían salido del hospital y los ingresaban en el campo. Con uno de ellos no teníamos buenas relaciones, un tal Agustín (gallego), del partido comunista, y con el otro trabajábamos juntos en la carpintería de Solvay. Se llamaba José Planell, apodo de la mezquita. Solo traían una manta y las noches eran muy frías, pues hay que tener en cuenta que estábamos en febrero y muy cerca de la montaña del Canigó. Le dije que dormiría conmigo, pero él no quería y decía que tenía sarna y yo, como buen samaritano, le dije que no tenía importancia.

A los pocos días, ya estaba contagiado. No sabía lo que era la sarna, ahora sí [que lo] sé. Entre las piernas tenía una llaga de tanto frotar. […] Por si fuera poco, los piojos nos comían vivos, las costuras de los calzoncillos estaban negras. Cuando salía el sol, con una pequeña lupa me entretenía quemándolos…»

 

Trobada amb diferents suriencs

«Todos los barracones eran de madera de unos 20 m de largo y con un pasillo central. A ambos lados había un entarimado de madera de dos pisos. Cogíamos un centenar en cada barracón, yo estaba en el A-X-2. El campo también estaba cercado de alambrada y estaba emplazado al lado de la vía férrea que va a Marsella. Al menos estábamos entretenidos viendo pasar el tren.

Se hizo un campo de futbol, se formó un coro que eran de la costa de Mataró, siempre cantaban la misma [canción], “La doncella de la costa”. Creo que no sabían ninguna más. También estaban los hermanos Rovira, famosos músicos que tocaban en la orquesta Melodians, [que] en aquellos tiempos era la mejor de Barcelona.

Allí, en aquel barracón, nos reunimos varios de Súria. Éramos el Trulls, Planell, Faustino de cal Trist, Claret y yo».

«Al Sr. Claret[4] (alcalde de Súria), vino a verle su hermano y le arregló los papeles para salir del campo e ir a trabajar al bosque. Un día encontré al Sr. Claret que estaba muy triste, le pregunté qué le pasaba y me dijo que tenía el pase para marchar con su hermano, pero no tenía dinero para el tren. Le dije: “Mira, Claret, yo tengo 100 F.F.[5] Te doy 80, que ya tienes suficiente. Tú ya ves en qué situación nos quedamos. Si no los puedes mandar de golpe me los mandas poco a poco.” Me besaba hasta los pies, [diciendo] que le hacía un gran favor, que no me preocupara, que estuviera tranquilo. (Nunca más tuve noticias [suyas]).».

«De la noche a la mañana hay una orden que todos los que tienen oficio tienen que formar para ser incorporados en sus trabajos respectivos. A todos los que teníamos oficio nos llevaron en camiones al campo de Barcarés, a 5 km. del campo de Argelers. Allí había barracones, pero había que dormir en el suelo. La comida ya no era tan buena. Volví a encontrar más conocidos de Súria, a los hermanos Trabadelo, a mi primo Nayo y al Ybars. Allí estuvimos unos días, y de nuevo nos trasladaron a otro campo, al de Setfonts, más al interior, [con] lluvia, barro, sin calzado ni ropa y a pasar frío; en este campo nos encontramos cuatro primos hermanos: Víctor, Nayo, Nando y yo. Mi primo Víctor me enseñó dos maletas grandes llenas de ropa. Yo pensaba que me daría alguna prenda. Me dejó una chaqueta de cuero por unos días, después vinieron los de la Gestapo y se lo llevaron y no se supo más de él.

 

Finalment, poder dormir en un llit

«Nos quedamos tres primos. El más pequeño de los tres, Manolo, su madre había escrito a México ([donde] tenemos parientes) y le mandaron el pasaporte. Fuimos a despedirle hasta la salida del campo. […] Vinieron a buscar personal, nos mandan formar y dicen: “Los que trabajen en el montaje que formen a parte”. Mi primo salió. […] Al cabo de unos días vinieron a buscar más personal, pero eran trazadores. Se presentó el Esquius y fue admitido porqué el que cogía el personal era un ingeniero de Solvay de Torrelavega. Una vez que Ramón dijo que trabajaba en Solvay de Súria se quedó con él. Entonces le dijo que quedaba yo solo de Solvay, mandó a buscarme y me dijo: ”Cómo que tú también has sido explotado por Solvay, tú también saldrás a trabajar”. La alegría que tuve no se puede describir. No fui con Esquius, pues él se fue a Tolouse y a mí, junto con 15 más, me llevaron en tren con un guía francés a Sant Chely de Apeher, un pueblecito de 3 o 4.000 habitantes en el Plató Central, un país [donde] hace mucho frío».[6]

«Cuando llegamos[7] nos llevaron a la fábrica. El dormitorio era una sala grande, igual que [en] los cuarteles de soldados, [con] unos camastros y un arquilla para cada uno. Hacía mucho tiempo que teníamos ganas de dormir en una cama; no era muy buena, pero tenía cuatro patas. Yo ya me di por satisfecho».

«Escribí a mi padre que me mandara la ropa que tenía en casa. Cuando ya tenía traje, las cosas ya cambiaron; al menos iba vestido como las personas. Tenía interés en aprender el francés y me fui a alquilar una habitación en el pueblo. De esa forma no tenía más remedio que aprender».

 

El retorn: “Iba a un país desconocido a pesar de ser el mío”

«… un buen día vienen los gendarmes a casa con la orden de que tengo que marchar para España o [ir] a la guerra contra los alemanes, no tenía otra opción. Mi padre me decía que no volviera a España, pues habían venido a registrar la casa y a buscar al oficial que vivía allí [això és, a ell com a capità de l’exèrcit republicà].

Cuando dijeron “bon pour la guerre”, me dijeron que me fuera para casa, que dentro de unos días me dirían donde tenía que presentarme, y desde ahora tenía los mismos derechos que un francés.

Pero el avance de los alemanes fue tan rápido que vino la desbandada del ejército francés y no se acordaron de mi».

«[…] Con la movilización se habían llevado a casi todos los hombres. Solamente quedaban chicos de 18 años y mayores de 55 años. Resulta que los 16 españoles teníamos las mujeres que nos miraban con bastante insistencia. El que no dormía con [una] mujer es porque no quería.

De todo esto, los curas en la iglesia hacían muchos sermones, atacando a los españoles de rojos comunistas y que íbamos detrás de las mujeres. Con estos discursos alteraban a la juventud».

«De España me escribían diciendo que ya las cosas iban mejor. Mi hermano Alfonso ya había vuelto de Francia. Vivían tres hombres solos, mi padre y mis dos hermanos, pues también estaba mi hermano Laureano.

[…] Cogí mi maleta y la manta y para España. […] Cuando llegué a Perpignan, allí había que hacer cambio de tren. Al bajar había 6 o 7 españoles con sus maletas, también esperando el tren. Me uní a ellos y me animaron, pues todavía estaba indeciso [de] si me iba o no para Marsella.

Llegó el tren para España, subimos al tren. Así que se puso en marcha, el corazón me latía con fuerza. Iba a un país desconocido a pesar de ser el mío. No sabía lo que me esperaba, pues los papeles que me mandaron decían que no había nada en contra mía, pero no estaba tranquilo. El tren se paró, estábamos en Port-Bou».

 

Empresonat a Figueres

«Llego a Port-Bou, miro por la ventanilla del tren, lo primero que ví, ya me entró un escalofrío por todo el cuerpo, [fue] la Guardia Civil con sus grandes bigotes y el tricornio. Continuamos el viaje, llegamos a Figueras. La policía armada entra en el tren (pregunta, pasaportes). A los 8 nos mandan bajar y nos llevan a la comisaría, muy pequeña por cierto. Casi no cabíamos.

Nos toman los nombres, apellidos, lugar de destino. Cuando escriben los salvoconductos nos damos cuenta de que solo había 7. Todos pensamos que el que faltaba era el suyo. Empiezan a nombrar y todos estábamos pendientes y con una tensión de nervios terribles.

Efectivamente, el nombre que no salió fue el mío: Andrés Laso. […] Llegué al castillo [de Figueres]. Allí me entregaron a la Guardia Civil. Lo primero que hacen es quitarme la maleta y abrírmela. Me había comprado una navaja de afeitar, se quedaron todo lo que les gustó y cuando se cansaron de registrarlo todo, abren la puerta y me dan un empujón, que casi bajo las escaleras de golpe, cierran la puerta y quedo completamente a oscuras. Me arrimé a la pared para no caer, pues no sabía dónde estaba y, al ir a caminar, tropiezo con un cuerpo el cual empieza a chillar con un lenguaje que no entendía, era inglés. Yo le hablé en francés, y entonces nos entendimos. Me explicó que era aviador, que su avión había sido abatido en Bélgica, había venido [atravesando] toda Francia hasta España. […] Yo no hacía más que pensar: “¡Qué has hecho, Andrés! Tú mismo te has metido en la boca del lobo!”. Me maldecía a mí mismo la hora que volví a España».

 

Anar al lavabo esposat amb un altre pres

«Llega el tren, nos meten a todos en el mismo vagón, el destino no lo sabemos. Cuando estaba el tren en plena marcha, le pedí al guardia que tenía enfrente de mí si podía ir [a] hacer mis necesidades. Yo le indiqué que estaba esposado con el otro, y me dijo que fuéramos los dos. No tuvimos más remedio que ir de pareja. Mientras uno hacía sus necesidades, el otro tenía que aguantar los malos olores. Por fin llegamos a Barcelona. Toda la gente nos miraba con compasión. Allí ya empecé a ver a personas demacradas con cara de pasar mucha hambre».

«Volvemos al tren con la misma tensión, pues nadie sabía a donde nos llevaban. Por fin llegamos a Reus, ya sabíamos algo. Nos llevaron al cuartel. Recuerdo que llegamos hacia las 6 de la tarde, [y] era el momento que había que saludar a la bandera y cantar el Cara al Sol. Nos hacen formar cuando empezaron todos a cantar y con el brazo derecho haciendo el saludo fascista … y siempre pensando: “Andrés, ¿por qué has venido?”.

Este mismo día estuve de suerte, pues encontré un cabo que lo había tenido conmigo. Después de abrazarnos, me dijo: “Estoy enchufado en la enfermería. Cuando te llamen para [poner]te la inyección ya te borraré de la lista, pues son muy dolorosas. Lo que sí te recomiendo [es] que cuando cada mañana pidan voluntarios para coger olivas, salgas, pues aquí en el cuartel reparten muchos palos”».

«[…] Formados al mando de un cabo y su escuadra, llevábamos el suministro para la comida del mediodía. Teníamos que atravesar todo Reus. Cuando llegábamos a la salida de Reus, el cabo se quedaba con un soldado y el resto continuábamos el camino. Los olivos estaban junto al campo de aviación. Al día siguiente ya supimos por qué se quedaban. Era para vender parte del suministro; el que vendían era la parte que nos tocaba a los presos.

La comida era un cazo de agua con trozos de boniato, [eso] al que le tocaba, porque el resto se lo habían vendido en la tienda de la salida de Reus».

 

“¿Cuántos curas has matado?”

«Los que habíamos llegado, fuimos a la oficina. Dentro había un cabo en una mesa; en otra mesa había un cura joven de unos 30 años. Los primeros que salían de declarar nos decían: “Si es posible que no os toque el cura”, y a mí me tocó el cura. […] “¿Cuántos curas has matado?”. “Ninguno”. “Sí, ahora todos sois unos santos, nadie ha hecho nada. ¿Por qué no viniste antes de Francia?”. “Estaba trabajando”. […] “No has venido antes por miedo, porque eres un cobarde, todos los “Rojos” sois unos cobardes asesinos”. Todo esto es una décima parte de los insultos que me dijo y para terminar dijo: “Dios perdona, nosotros no”.

Esta declaración jurada la mandaban a tu residencia y según el comité del pueblo que manda el informe, así era la pena. Por eso, cuando estábamos cogiendo olivas a la hora de comer, solían venir la Guardia Civil con una lista. Para ponerte más nervioso decían primero el nombre y paraban. Por ejemplo, todos los que se llamaban Juan estaban pendientes del apellido. Todos los que venían a buscar ya no se sabía a dónde los llevaban».

 

Retorn a Súria passant per Manresa

«Por fin llegaron los papeles de Súria [con lo] cual quedaba en libertad. Salí junto con otro muchacho, él era de un pueblo de Lérida. Vinieron sus padres a buscarlo, y suerte tuve que me invitaron a que fuera a comer con ellos a una fonda. Yo no podía porque no tenía dinero.

«Yo no me acuerdo como avisé a mi padre que me habían dejado libre y que llegaba tal día a Manresa. Cual sería mi asombro cuando paró el coche de Súria delante del Conservatorio, que entonces tenía la parada allí, y vi venir a mi padre y a la Iluminada (mi novia). Fue una alegría enorme. Nos fundimos en un abrazo. Recuerdo que me llevaron a tomar café con leche en un bar que hay en la Muralla, un poco más arriba de Can Jorba, actualmente la “Cervecería” y al mismo tiempo esperar el próximo coche de vuelta a casa».

«Cuando llegué a Súria el corazón me latía, no sabía si reír o llorar. El pueblo era el mismo, pero la gente la encontré muy cambiada; entonces comprobé que la gente pasaba hambre, todos estaban flacos. Todos los que yo conocía estaban como esqueletos y también me saludaban con temor».

«De allí (des de la Guardia Civil) fui a presentarme a la Falange, que estaba encima de la Cooperativa. Allí estaba el jefe, que era el José Pelfort, un buen muchacho. Estaba lleno de gente joven que yo no conocía. El Pelfort me preguntó si sabía hablar en francés. Le dije que sí, y entonces hablamos en francés “para que estos no sepan de qué hablamos”.

 

“Todo el pueblo estaba atemorizado”

Me repitió, aproximadamente como en el cuartel, que me abstuviera de hacer grupos y [tuviera] la lengua callada. Entonces comprendí porque la gente procuraba apartarse. Todo el pueblo estaba atemorizado. No se permitían grupos de 3 personas.

Me presenté en las minas de potasa para empezar cuanto antes a trabajar. Lo primero que me dijeron fue que en la calderería no tenía plaza, que tendría que ir con los tuberos, de lo contrario no había trabajo para mí. No tuve más remedio que amoldarme a las circunstancias».

«Las cosas iban de mal en peor. En casa había 4 hombres: mi padre y dos hermanos. Yo tenía que casarme, pero no tenía dinero. Hablé con Iluminada: “¡Oye, si tenemos que casarnos cuando tenga dinero no lo haremos nunca!”. Decidimos casarnos con 60 pts. que yo había cobrado de la semanada y suerte que ella tenía un poco de dinero en la Caja de Ahorros».

«Cuando llegamos a Súria [del viatge de nuvis de tres dies a Sabadell] me dijeron que se había muerto el Quer, alias el Gueño. Era el jefe político de la Falange. Hizo mucho daño. También me enteré de que había dicho que cuando regresara del viaje de bodas mandaría apresarme y, mira lo que son las cosas y coincidencias, que ahora un hijo suyo es mi sobrino, que se llama Valentín, que por cierto yo lo aprecio mucho».

«[…] Los domingos teníamos que ir a buscar leña al bosque porqué no la podíamos comprar, ¡Ah! Pero antes de las 12 tenías que estar de vuelta para presentarte al cuartel, así domingo tras domingo. Al poco tiempo, Iluminada quedó embarazada; al ayudarme a descargar la leña, al realizar el esfuerzo, abortó. Tuvimos un gran disgusto por lo ocurrido, pero no tardó mucho tiempo en volver a quedar embarazada, [y] esta vez todo fue bien».

«Andresín ya tenía un año, [y] Iluminada volvió a quedar encinta. Entonces sí que fue un drama. Si ahora lo pasábamos mal, peor lo pasaríamos después. Hicimos todos los medios para hacerlo desaparecer, pero no podíamos jugar con la salud de mi esposa, así que dejamos que todo continuara [y] ya veríamos como saldríamos de este trance».

«[…] El sábado, cuando salía de trabajar, a las 2 de la tarde, comía lo que había, y con el dinero que había cobrado iba a Su, qué hay 5 horas de camino, compraba 3 arrobas de patatas (30 kg.). De momento no pesaba, pero cuando llevabas 2 horas… En Palà siempre había la pareja de la Guardia Civil, que si te cogían, te quitaban la carga porqué decían que era estraperlo. […] A les 12 de la noche llegaba al Pueblo Viejo, rendido de tanto andar. Al día siguiente por la mañana había que ir a buscar leña al bosque».

 

El pa només era per a la Falange i per als directius de les mines

«Iluminada, la pobre sufrió mucho, se levantaba a las 4 de la mañana y bajaba a la panadería a ver si Núria podía venderle un trozo de pan blanco para nuestros hijos. Muchas veces subía llorando porque no le daban y en cambio veía como se lo guardaban para las jerarquías de la Falange y para los grandes jefes de las minas».

«Los niños ya tenían 2 y 4 años, mi hermano Laureano ya había marchado para Monistrol, mi padre se casó con la María. Me quedaba Alfonsito. Temíamos que, estando en la edad de crecer, la alimentación de casa no era suficiente. Miré una casa de payés de Su [para ver] sí me lo podían recoger para cuidar cabras. Al menos comida no le faltaría. Eran muchos niños de Súria que estaban en casas de payés. El chaval, el pobre, se quedó un poco triste. Estoy seguro que cuando [se] quedó solo lloró, pero yo también, cuando me marché, mi corazón lloraba. Iluminada también lo encontró mucho a faltar, era un muchacho dócil y fue para él una segunda madre».

«[…] Cierto día la Guardia Civil estaba apostada en todas las salidas de la mina. Había rumores de que células comunistas se estaban organizando. […] Cuando me di cuenta ya no podía echarme atrás. Yo llevaba un periódico clandestino “Treball”. […] Me detuvieron hasta que ya no salió nadie más.

Fui conducido al cuartel. Iba en medio de una docena de guardias civiles. La voz había corrido como la pólvora. En la Colonia estaba toda la gente en la calle para verme pasar, y en la expresión de las caras de la gente había de todos los matices, unos tristes, otros sonrientes».

«Vino el interrogatorio. El cabo cogió un vergajo[8] y empezó a hacerme preguntas: “¿Quién le dio el periódico?”. Le dije que por la mañana lo había encontrado en el camino. “¿Testigos que lo hayan visto?”. “Mi hermano”. “Tu hermano no sirve como testigo”. […] Y jugando con el vergajo en la mano, yo esperaba la paliza. […] Este cabo estaba casado con una mujer de Cardona y se apellidaba Rojo. […] Entonces me dijo: “Aunque me llamo Rojo de apellido, no lo soy de hechos. Váyase para casa, y si la gente le pregunta si le he pegado, diga que sí, pero no diga que le pegué mucho, si no la gente me va a tener odio”, y así fue como me libré de una buena paliza».

«Esto son de las cosas que me pasaron en mi pueblo, Súria, después de mi regreso. Son cosas de la postguerra y más si eres el perdedor».

 

 

[1] Es tracta de Manuel Trueba Mirones, nascut a Castañeda (Santander) el 1907. L’any 1933 entrà a treballar a la mina de Súria. Va ser fundador del Partit Comunista de Catalunya i membre del PSUC. “Al començament de la Guerra Civil va formar, juntament amb José del Barrio, la columna Carles Marx, que actuà al front d’Aragó. Després ascendí a Tinent Coronel”. Extret d’Olives, Amadeu (2008). El Salí, p. 39, setembre.
El “biberó” de Súria Pere Puig Rafart descriu el personatge en les seves memòries, arran de la coincidència al front, en aquests termes: ”A les 4 de la tarda em feren formar i va venir el tinent coronel Manuel Trueba, jefe de la 31 Divisió a què perteneixíem, que els de Súria bé coneixíem, doncs era el jefe dels sindicats comunistes de les mines del Bages, que va viure dos anys a Súria i va festejar amb una noia de molt a prop de casa on jo vivia. Al esclatar la guerra va marxar de Súria amb un grup de més de 100 voluntaris d’entre totes les mines, i va anar ascendint de graduació militar i, com [que] els comunistes ho dominaven tot, va arribar a tinent coronel, jefe de la 31 Divisió, [ i ] que va ser el principal responsable del desastre militar a la muntanya de Sant Corneli per haver sigut tan mal plantejada l’operació militar, que tots els jefes secundaris, amb una enquesta, el van censurar, però era comunista i no li va passar res». https://www.memoria.cat/llevadelbibero/memories-inedites-de-14-biberons-del-bages/pere-puig-rafart/
[2] Municipi de Terol a la comarca d’Andorra-Serra d’Arcs.
[3] Les Pedres d’Auló és un indret pirinenc situat a 1.779 metres d’alçada a Roní, terme municipal de Llavorsí. Durant l’ofensiva republicana, que començà el 22 de maig de 1938, va ser escenari d’un important punt d’enfrontament bèl·lic amb les forces feixistes assentades en aquest territori ja que el seu control assegurava el pas per la carretera de Sort i les Valls d’Àneu fins a la frontera amb França. L’enfrontament armat es decantà a favor dels feixistes i el 31 de maig van quedar definitivament marcades les línies d’ambdós bàndols. Els feixistes van dominar els Pallars i la Vall d’Aran en l’ofensiva empesa, entre primers d’abril de 1938 i el 20 del mateix més, des de Pont de Montañana, per les forces del Cos d’Exèrcit de Navarra, formades per la 3a, 61a, 62a i 63a Divisió. Per tenir més informació sobre la Guerra Civil al Pallars: Gimeno, Manuel (1987). Revolució, guerra i repressió al Pallars (1936-1939). Biblioteca Serra d’Or, n. 69. Ed. Publicacions de l’Abadia de Montserrat. Vilanova era cosí de la muller de Laso i va morir a les Pedres d’Auló en els primer combats.
[4] Florenci Claret i Casadesús (Súria 1901 – Prada de Conflent, 1951) va ser alcalde de Súria l’any 1934 i durant el període 1936-38. El germà que el visita i li arregla els papers era el conegut Andreu Claret i Casadesús (Súria 1908 – Barcelona 2005), un dels fundadors d’Esquerra Republicana de Catalunya.
[5] Andrés Laso, com a capità de l’exèrcit republicà, rebia de tant en tant alguna bestreta de diners i així va poder facilitar els diners que necessitava el Florenci Claret.
[6] Aquest “Plateau” és l’altiplà situat al centre de França amb una alçada mitjana de 714 metres sobre el nivell del mar, essent el seu cim més alt el Puy de Sancy, de 1.885 metres.
[7] Saint-Chély-d’Apcher/Sanch Ale dels Apchièrs és un municipi francès, situat al departament del Losera i a la regió d’Occitània, d’uns 5.000 habitants i situat entre les muntanyes de Margeride a l’est i les muntanyes d’Aubrac a l’oest, a 935 metres sobre el nivell del mar.
[8] Verga del bou que, seca i retorçada, es fa servir com a xurriaca.
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