15/4/1942
Daniel Torra Rusia
Albert Torra Manresa
Querido hermano:
Hay, ahora tu carta del 18.3 y con ella el ejemplar de Manresa. Me ha enternecido y he derramado lágrimas emocionadas, al ver en letras de molde las tonterías que un mal día os escribí. Eso, Alberto, no es formalidad! Repetidas veces, lo sé, me habéis pedido que hiciera algo para publicar. Y yo, sinceramente, os he dicho qu, aun cuando tenía verdaderas ganas de complaceros, no lo quería hacer si no podía mandar algo decente. Y no pude suponer nunca que, incluso vosotros, prepararais emboscadas. ¡Porque eso ha sido una emboscada en toda regla! Menos mal que el ridículo a grandes distancias es soportable y todo el oprobio que se derive de esta publicación repercutirá, con acción inmediata, sobre la familia, y afortunadamente y sólo de refilón, me corresponderà una pequeña parte.
Pero quizá esto haya roto la presunción innata, de autodefensa, de publicar por primera vez y ya cometido el desaguisado, parece más fácil continuar por el camino emprendido. Sí, ahora os mandaré algo. No sé qué, pero alguna cosa, buena o mala, que a vuestro criterio y mejor juicio dejo, para que engrose o no, las galeradas —¿no se dice así?— de “Manresa”. Pero con absoluta imparcialidad y desapasionadamente. En realidad siento lo ocurrido, por “Manresa”, que sin ninguna culpa por su parte, —aunque bastante ha tenido al admitir tamaña majadería— habrá perdido el buen concepto que las gentes pudieran haber tenido de él, y pierda con ello categoría y suscriptores. Pero ¡en fin! Consolándome con el consabido “otros más burros que yo lo han sido”, creo también que otros peores que yo escriben, publican, y lo que es peor, se leen, y más extraordinario aún, gustan. Sin aspirar a tanto, y con la esperanza de quedar en una modesta e inmolesta penumbra, proseguiremos la ruta por el camino de las letras, aun cuando sería ocasión de hablar aquí de las armas y de aquellas, y entablar semejanzas y parangones. Pero creo que ya lo hizo Cervantes en aquella “cosa del Quijote” que engendró, y sería violento enmendarle el trabajo. Claro está que espero recibir, de un momento a otro, una carta tuya, desesperada, apremiante, suplicándome con terribles SOS que no mande nada, ni me arrime a mi regreso —si está de Dios que lo efectúe— a la paradisíaca e inofensive, sí que también muy noble y leal y tres veces benéfica, a la par que generosa Manresa, al ofrecer tan grandes cantidades de sus hijos a la División, —conmigo cuatro—, y me rogarás, ronca la voz por el ansia, que no escriba más y entierre la pluma en el más profundo de los hoyos que la aviación haya cosechado. Porque cuando al salir de tu casa, “alegre y confiado”, tranquila la conciencia, aunque debes sentir ya profundo arrepentimiento por tu osadía, mas como las gentes te miran y murmuran y bajan la voz y encorvan las espaldas entornando los ojos y al vecino y amigo y caminante digan, señalándote con un índice tremendo y agresivo “Ése es; es ése. Este que aquí veis tan despreocupado es el hermano de aquel otro ser tan despreciable como él mismo, que nos hizo una estafa al gastar una columna de periódico, que religiosamente y murmurando cotizamos a quince céntimos la pieza, cuando en aquel precioso espacio se hubiera podido publicar, íntegra, la lista del próximo racionamiento!” Y tú pasarás confuso y cabizbajo, escurriendo el bulto tras de la primera esquina y procurarás evadir los encuentros de parientes, amigos y conocidos para evitar que todos y desde su punto de vista, descarguen sobre ti las nobles furias tan justamente desenfrenadas. Pero ¡ah! querido. Paciencia. Esta será mi feroz venganza. Sufrirás lapidación y escarnio, y pasarás terribles calvarios por mi culpa, y pagarás así esta informalidad incomprensible, que ha logrado que yo me avergonzara de mí y al contemplar mi nombre escrito geométricamente, me haya ruborizado como un adolescente, olvidándome que tengo sobre mi cabeza, como otro Damocles, la espada afiladísima de la responsabilidad de una familia. ¡No! No sentirá compasión, ni nada me moverá a misericordia. Te perseguirán los conocidos y los extraños pidiéndote justas cuentas por la terrible barbaridad. Pero seré bueno y a la vuelta te acompañaré resignadamente a oír el rosario de improperios y los salmos calumniosos que por vuestra mala cabeza nos dedicarán nuestros paisanos. El mejor abrazo
Daniel