6/2/1942
Daniel Torra Rusia
Albert Torra Manresa
Queridos padres:
Un sin fin de distintas sensaciones y emociones se van sucediendo durante mi permanencia en esta tierra. Yo procuro anotar en mis libros de notas todo aquello que después pueda serme útil. Quisiera no obstante adelantaros algo de mis impresiones, pero son tantas y tan distintas que no puedo en realidad coordinar perfectamente mis ideas y trasladar con toda su intensidad y emoción los esbozos que diariamente recopilo. Este es el país de las grandiosidades y de los contrastes. Continuamente se viven nuevas cosas que hasta tienen una sensibilidad normal para que vibren las fibras más agudas del sentimiento y se aprecien las pautas de lo bueno y de lo trágico. Tragedia que es en el fondo belleza pura porque todo repito respira aquí plenitud y grandiosidad.
Hace muy pocas noches un oficial de mi Batallón, ruso de nacimiento, oficial también de los ejércitos del Zar, como recordando un tiempo irremisiblemente pasado, cantó acompañándose a la guitarra, un recital de canciones rusas, del más puro estilo tradicional y eterno. La bóveda baja de un monasterio, hoy fortaleza por la gracia de la guerra, recogía amablemente la cadencia de las melodías nostálgicas que lenta y amargamente desgranaba mi amigo. Unas luces pobres de pequeñas velas profanaban la total oscuridad. Imperaba el silencioso recogimiento, y como un rito, él cantaba y nos hacía sentir todo el esplendor de una grandeza pasada. Sus ojos azules, transparentes como los de todos los rusos, miraban sin ser abstraídos, lejanos, la lumbre ardiendo que en la chimenea chisporroteaba. Yo no sé qué vería Gouchaurenko en aquellas brasas. Nosotros no estábamos tampoco en nuestro centro. La nostalgia del otoño ruso, que precede a este invierno cruel y despiadado es cantado en casi todas las canciones. Se compara a todo y parece que todo gira alrededor de un otoño ideal, como si fuera el último suspiro de la vida. Yo gocé enormemente. Después en un piano afinado conveniencionalmente, Beethoven, Chopin, Debussy, Mozart, hicieron nuestras delicias. Y el mundo, tranquilo, no dejó sentir demasiado su pesadez aquella noche y me parecieron pocos los sacrificios y durezas de la guerra comparadas con el recogimiento puro en un ambiente tan nuevo y tan difícil de lograr
Daniel