Àngel Espinalt Vilà

Presentació

Les memòries d’Àngel Espinalt i Vilà (Navàs, 1920), titulades: «Memorias de un combatiente de 17 años» abracen el període que va des de la mobilització i la marxa del 27 d’abril del 1938 cap a les casernes de Barcelona fins el cruent i llarg bateig de foc de la batalla al voltant de la Sentiu al front de Balaguer entre els dies 24 i 28 de maig.

L’escrit és complementat amb una carta escrita a Heribert Barrera, que va ser secretari general d’ERC i primer president del Parlament de Catalunya restaurat. En aquesta carta Àngel Espinalt repassa la seva trajectòria mentre va ser soldat de la República al front de Balaguer i de l’Ebre, concretament a Vilalba dels Arcs i el seu pas per tres camps de concentració a la Catalunya Nord i al País Basc respectivament. La finalitat de la carta és demanar a Barrera com ho ha de fer perquè se li reconeguin els mèrits de guerra i les conseqüències de la greu ferida soferta en un braç que li impedeix els moviments normals.

Les memòries són el relat en un període curt de temps però que aporta informació sobre què estava passant a les files republicanes: el sistema de reclutament, el tracte dispensat a la tropa o com s’encaraven les accions per repel·lir les tropes feixistes. Espinalt explica com una dotzena de «nens» de 17 anys de Navàs decideixen deixar la concentració casernària de Vic i tornar al seu poble a peu i de com són de mal rebuts per l’ambient navassenc que els considera uns derrotistes per explicar com de desorganitzat havien vist l’exèrcit republicà.

Espinalt explica les inacabables marxes a peu sota la pluja per anar d’un lloc a l’altre sense rumb aparent; també la gana i el fred que van esdevenir companys de viatge i com en tot aquest temps, comprès entre el 8 i el 24 de maig, dia en què comença la forta batalla del front de Balaguer al voltant de la Sentiu, Camarassa i el Merengue o Tossal de Déu, ningú no els explica ni com agafar el fusell i encara menys com afrontar un combat.

 

Fragments destacats de les memòries del “biberó” Angel Espinalt i Vilà

«…cruzábamos por las diferentes calles y nos miraban con verdadero asombro. En lo que se fijaban más era en mi persona, esto quizás se debía al ir en cabeza a los 17 años, tener poca estatura y sin un pelo en toda la cara. Incluso llegué a oír algún comentario dirigido directamente a mí, diciéndome “esto no puede ser, se han equivocado, ¡si es un crío!”»….

 

«No puedo precisar el número de “pre combatientes” que éramos en el cuartel, pero lo que sí sé es que estábamos abarrotados hasta el punto de que los “váteres” estaban inundados de “mierda” y por la noche nos tumbábamos al suelo casi uno encima del otro…».

 

«Y así fue como los 12 niños que salimos del pueblo decidimos fugarnos. Para no llamar la atención, nos alejábamos discretamente uno por uno hasta reencontrarnos más o menos a 1 kilómetro lejos. Cuando estuvimos todos reunidos, acordamos que era más prudente esperar que anocheciera, y así salvar la distancia de 50 kilómetros que hay des de Vic hasta Navàs, andando campo a través y de noche».

 

«Los 17 años, y por tanto exentos de diplomacia, hizo que relatáramos los hechos tal cual. Esto hizo que, sin querer, creáramos un clima de disconformidad con la mayoría de los habitantes del pueblo, en referencia a la política que regía la República por aquel entonces. El mismo domingo por la noche nos avisaron que al día siguiente, lunes a las 8 de la mañana, estuviéramos en el Ayuntamiento, con los utensilios de cada uno».

 

«Ya en Vic nos dirigimos a nuestras respectivas celdas del cuartel, y nadie nos preguntó dónde habíamos estado después de faltar 3 días. En Vic estuvimos 4 días hasta que nos embarcaron en tren de carga destino Barcelona, vía Lérida. En el vagón de carga íbamos bastante apretados: un convoy de unas 35 unidades. En el vagón había “camaradas” de Barcelona y que al recorrerla, decían “¡Mirad! yo vivo por aquí” otro decía “yo vivo allá”, incluso uno pasaba el tren por delante de su casa y pudo saludar a su hermana que estaba en el umbral de la puerta (que por cierto, más tarde este camarada murió en el frente, y dentro del genocidio, tuvo por lo menos la satisfacción de despedirse de un ser querido)».

 

«Íbamos directamente al matadero. Así, tal como suena, sin preparación ninguna como verán más adelante; y lo que no concibo es que una guerra que duró tantos meses, y con los miles de enchufados que había dentro y fuera del Ejército, se tenga que recurrir a toda prisa a varios miles de imberbes, críos e inocentes, para hacerles tanto daño, tanto físico como moral».

 

«No teníamos más armamento y hacíamos la guardia con un fusil de madera. ¡Qué paradoja! Un tiempo pasado no muy lejano, jugábamos a la guerra con sables y pistolas de madera como todos los chicos del mundo».

 

«Lo que más nos hacía sufrir de todas las calamidades era el agua que caía todos los días. Íbamos calados todos los días ya que durante este período nunca pudimos secar la vestimenta y menos las mantas. Pensar que en la retaguardia había almacenes abarrotados de calzados, vestidos, impermeables y comida, como pude comprobar más tarde».

 

«… y nosotros, los “críos”, íbamos directamente y a gran velocidad a dar nuestra carne fresca, rosada y sin ninguna maldad, para satisfacer a la fiera de la guerra. Parecía como si hubiese alguien interesado en extirpar toda raíz que podían habernos inculcado en política. Tan solo lo que deseábamos era tener 5 duros el domingo para gastarlos».

 

«Del grupo de camaradas del pueblo solamente nos tocó a mi amigo J. María Esquius, Manuel Subirana y yo. Pobre Subirana, se las venía a venir y un día me pidió que nos disparáramos mutuamente en la pierna para que nos evacuaran y no quise. Dos días después lo mataron».

 

«Lo que si faltaba era la comida, pues desayunábamos café, mediodía lentejas y cena lentejas y un chusco para todo el día, que no nos satisfacía nada. Para calmar el hambre comíamos lechugas y almendras verdes con cáscara que había por aquellos campos».

 

«Recuerdo que un día acampamos a los alrededores de Montclar y nos juntamos un chico vasco y yo charlando. Cuando llegamos a las primeras casas de Montclar, donde había un corral y por lo tanto gallinas, dialogamos sobre si cogíamos unas, si las coges tú, si las cojo yo… hasta que decidimos coger una cada uno. Para que no escandalizaran, les retorcimos el cuello y nos las metimos cada uno debajo de la camiseta. Aquello era oro y no las soltamos no… Más adelante mi fuente de alimento fue el tabaco: no fumaba pero lo intercambiaba por pan».

 

«El 23 de mayo, vísperas del bautismo del combate, abandonamos Montclar dirección sector Balaguer, dónde ya habían empezado grandes combates y que según mi criterio fue de lo más cruento y sanguinario de la guerra civil, aunque solamente estuvimos “combatiendo” en primerísima línea 4 días, los llamados “nacionalistas fascistas” nos machacaron como y cuanto quisieron. Ya terminada la guerra, un combatiente nacionalista me confesó que sentían pena y hasta lástima de nosotros, al ver con qué candidez e inocencia maniobrábamos, pero que no tenían otra alternativa que disparar».

 

«Me he preguntado muchas veces ¿Cómo es posible que durante 15 días de tanto caminar y caminar de una parte a otra, ni una sola vez, nadie nos enseñara como usar el fusil, tirar bombas de mano, saber cubrirse y un sin fin de detalles favorables a un combatiente. La respuesta exacta quizás no se sabrá nunca; y, mientras, me quedará la duda, equivocada o no, de que la matanza de tanto ser inocente y menor fue premeditada o por negligencia de nuestros mandos y jefes».

 

«Antes del amanecer del día 24 de mayo, dieron orden de formar, y precipitadamente nos levantamos todos. Íbamos directos a nuestro exterminio: en La Sentiu, Vallfogona».

 

«Llegamos al frente alrededor del mediodía del día 24. Nos metimos de lleno en combate de forma sorprendente. Me acuerdo que íbamos por una carretera algo estrecha y a la salida de una curva, dejamos la carretera para adentrarnos a unos campos, y a pocos metros de haber pisado estos campos los obuses de artillería nos llovían encima, causando los primeros muertos y heridos».

 

«… unos soldados nuestros de otra brigada, ya veteranos, me metieron en una trinchera. Pensé que quizás me echarían por no pertenecer a su compañía, pero no fue así. Algunos soldados, al cruzarse conmigo, me miraban sin más y uno me dijo: “Aquí aún estás medio bien”. Por lo que pude comprobar más tarde, ¡cuánta razón tenía! pues llegaron hasta casi las mismas trincheras de los fascistas».

 

«Se había puesto el sol, pero aún era de día. Iban llegando heridos, unos gimiendo, otros se acordaban de su madre, y también algún veterano se lamentaba, diciendo “esos críos me han herido por la espalda” y era verdad, pues sucedió con alguna frecuencia durante 3 o 4 días…».

 

Memòries de n’Àngel Espinalt i Vilà